«Tenía esta pieza vomitiva de veinte páginas y de ahí saqué ‘Like a Rolling Stone’ y lo convertí en sencillo. Nunca había escrito algo así y de pronto vino a mí lo que debía hacer.»
La manera en que Bob Dylan recuerda el origen de la canción que de cada diez listados de sus mejores temas ocupa la cima en ocho, podría no saciar el hambre de los sabuesos de historias fantásticas. Pero esto siempre le ha importado al estadounidense lo que la curvatura de un plátano.
«Like a Rolling Stone» nació en tiempos de guerra y no precisamente porque dos contrincantes se vieran cara a cara; acá era Bob contra Bob. Habiendo sido caudillo del folk en el comienzo de los sesentas, al de Duluth se le metió el chamuco durante una gira agotadora por Reino Unido… y vino el momento de la destrucción. Incapaz de predecir los siguientes quince minutos de su vida, el veinteañero estaba a un tris de tirar la toalla al mirar en el espejo un cartucho quemado, un músico harto, huraño, antipático y frecuente blanco de los embates de la prensa. Y entonces, súbitamente, sucedió.
Un sablazo divino lo sacó de aquel lodazal de confusiones y lo colocó al borde de un altar luminoso desde el cual confeccionó el single proverbial que aplastó toda convención previa, empezando por duplicar la duración promedio de un corte y por vulnerar los cánones del estribillo tradicional.
Con la mente hecha un remolino y la pelambrera ya crecidita, Bob citó a Al Kooper y a Mike Bloomfield para que derramaran órgano y guitarra sobre esas letras sacadas de una burla que Dylan se hacía de sí mismo al recordar sus años de folkie en Greenwich Village. Al mismo tiempo, los versos emanaban de su modo cruel de desdeñar a Edie Sedgwick, la pobre niña rica y musa pasajera de Andy Warhol que encandiló con todo y que por aquel tiempo ya estaba enganchado a Sara Lownds, con quien se casaría poco después.
Asombrosamente rockera, «Like a Rolling Stone» encontró sus vértebras y esquinas perfectas para volverse el clásico de alto voltaje que muchos colocan en lo más alto de las escalinatas del rock, incluidos los editores del New Musical Express y -cómo no iba a ser así- los caprichosos redactores de la revista Rolling Stone.
«‘Like a Rolling Stone’ lo cambió todo. Después de ésta, ya no me importó nada relativo a escribir libros o poemas o lo que fuese», dijo en 1966 a Playboy el vigorizado Dylan.
Pese al torrente de adulaciones que cosechó durante medio siglo, el cantautor que ha agitado más el mar que la misma luna siempre fue humilde para admitir que los aromas de «Lost Highway» y «La Bamba», de Hank Williams y Ritchie Valens respectivamente, perfuman la composición pivote de su carrera.
«Tal vez no sea lo mejor que haya escrito, pero veo claramente el motivo por el cual lo satisface de tal forma, porque reescribir el cambio de acordes de ‘La Bamba’ es siempre muy divertido», lanzó el sarcástico productor de The Beatles, Phil Spector.
El 15 de julio de 1965 «Like a Rolling Stone» se estrenó como primer sencillo de Highway 61 Revisited, pero no fue un lanzamiento limpio. Ventas y marketing de Columbia impusieron su santa voluntad y el single fue fraccionado en mitades idénticas de tres minutos y dos segundos que ocuparon ambos lados del vinilo. La protesta de Dylan fue estéril, pero, oh, milagro, algunos DJ’s neoyorquinos ejecutaron una jugada maestra que ningún ejecutivo vio venir: uno de ellos grabó las dos partes en una cinta y con pulso de sastre realizó un zurcido invisible y majestuoso. Full version, cielo abierto.
Pasó la voz y el resto es historia. HISTORIA.
«You’ve gone to the finest school all right, Miss Lonely, but you know you only used to get juiced in it, and nobody has ever taught you how to live on the street…«