Cuando Interpol toca en vivo «Hands Away», causa un tipo de alarido en sus feligreses un tanto distinto al que desencadenan otras canciones de su vasto inventario. La sintomatología de los fans es peculiar apenas el reservado y timidón Paul Banks comienza a rasgar la guitarra. Cientos de ojos se van cerrando lentamente como si fuesen presas del arrullo de una madre. Los cuerpos se balancean cual veleros, tibiamente y de un lado a otro, sin violencia ni rudeza. Nada de caderazos o arrebatos. Como si hubiese llegado el intervalo en el recital en el que hay que existir sin vivir, expresar sin hablar y sentir sin tocar.
Así la pieza más discreta de Turn On The Bright Lights, álbum de 2002 que acabó posicionándose entre los fundamentales de la década, se enreda de manera exquisita con la serenidad. Y este apacible compás da pie a que la voz de Banks fluya sin distorsiones, condimentos, polución ni merengue como quizás en ninguna otra composición que se extraiga de aquella producción que marcó su debut oficial. Es una tonada simple, lineal y tersa, ideal para cerrar la puerta al mundo y permanecer muertos poco más de tres minutos.
Ya al finalizar, tras los acordes de cierre de Paul y de su inseparable Daniel Kessler, las multitudes aplauden emocionadas, a sabiendas de que a continuación el grupo neoyorquino acelerará para desatar una vez más el brincoteo propio de los amantes del postpunk.
La simpleza, sin embargo, no está presente en los líricos de «Hands Away», una de las contadísimas creaciones del vocalista, toda vez que es precisamente Kessler el letrista titular de Interpol.
«Sí, es una de mis composiciones, pero no sería lo mismo si no fuera por los teclados de Carlos», externó Banks en una entrevista consignada por el portal The 405, dando el merecido crédito al bajista Carlos Dengler, quien abandonó el barco en 2010.
En aquella charla, la periodista Eleonora Collini quiso curiosear y preguntó directamente sobre el significado de la misteriosa línea: «Let’s see about this ham…»
«No creo que hayas entendido el sentido de la canción», atajó con una sonrisa el cantante nacido en Inglaterra. «Es algo muy absurdo, como una fotografía entre sueños de una escena que involucra homosexualidad. Ya sabes, algo sado, como una extraña relación sexual que, en aquel tiempo, consideré que era un contexto muy radical para una canción de rock. Sentí que debía crear algo precisamente así de loco».
En otra conversación, ahora con la revista Q, el músico que de vez en cuando usa el pseudónimo Julian Plenti especificó que todo se narra desde la perspectiva de un gay al que le place estar sexualmente sometido.
Así se las gastaba el entonces cuarteto en el amanecer del siglo, edificando composiciones en las cuales uno se sentía morir tanto por los acordes etéreos y sosegados como por las letras rojizas que rozaban los confines de lo perverso.
Porque si alguien dijo que en la música hay cabida para toda clase de paradojas e ironías… en las canciones de una alineación enigmática como Interpol… aún más. El ejemplo está dicho: un gentío es capaz de cerrar los ojos y entrar en trance durante un concierto sin saber que está escuchando un ritualito sado.
«Will you put my hands away?, will you be my man? Serve it up, don’t wait, let’s see about this ham…»
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