«Domination’s the name of the game, in bed or in life they’re both just the same, except in one you’re fulfilled… at the end of the day»
Y de pronto, la banda chiclosa de inicios de los 80 empezó a lucir cuero, tonos oscuros, cadenas y una facha extrañísima que atrajo miradas de leales y detractores por igual. Bueno, no toda la agrupación, pero sí su cerebro, su hombre fuerte, su arquitecto lírico: Martin Gore.
La versión 1984 de Depeche Mode, con Alan Wilder ya consolidado como integrante del cuarteto, quebró la hasta entonces naciente historia de estos synthpoperos a quienes la prensa británica maltrató una y otra vez por su aparente indefinición musical.
Llegó el disco Some Great Reward en octubre de dicho año con una mezcla de experiencias adquiridas en el Berlín de la época, con toda esa gente y vibra interesantes y cercadas por el mítico muro. Y de los estudios Hansa, donde grandes como Iggy Pop y David Bowie habían trabajado, surgieron gemas como «People Are People», «Somebody», «Blasphemous Rumours» y una pieza que desde el mismísimo título se volvió la criatura del álbum: «Master And Servant».
Complejísima hasta en sus tejidos técnicos -la sola mezcla demoró casi 10 días-, la canción empataba a la perfección con esa indumentaria oscura y extravagante de Gore, el rubio inglés que decidió residir en Alemania, vivir con su novia y crear letras más subversivas y menos elementales con el propósito de que Depeche pasara, poco a poco, de banda plastilina a grupo estatua.
Siempre fue ambiguo. Su semblante entre perverso y dulzón, su sonrisa que no aclara si es alegría o ironía, su cuerpo antisexy que aun así provoca que las chicas quieran profanarlo, su voz tan suave como vehemente, su sonrisa tan frágil como insolente, su mirada tan angelical como perversa. Con todo esto el británico compuso este himno en el que había ciertamente un dominador y un dominado, un «perro» y su amo, un sadista y un masoquista, en el marco de un gran intercambio de juegos rojos que a ambos gusta… y que se asemeja, a la vez, al mundo exterior.
«(‘Master And Servant’) es acerca de dominación y explotación… y de utilizar una perspectiva sexual para intersectar tales conceptos. Lo que está expresando la canción es que dos personas caen en esto y obtienen satisfacción porque les recuerda sus vidas fuera de la habitación», explicó el güero a Record Mirror.
Gore se había empapado de la vida nocturna y de las madrugadas extremas en Berlín, frecuentando clubes underground y sitios en los que se respiraba sadomasoquismo desde los propios atuendos de látex adquiridos en tiendas clandestinas y fetichistas, hasta un sinfín de artículos bondage que eran traficados entre los asistentes mientras sonaban melodías cachondas y rojizas. Romances sin guión, sexo sugerido en cada mirada y veladas sin desenlaces previsibles.
«Nos quedábamos hasta las últimas en esos lugares, pervirtiéndonos un poco más. ‘Master And Servant’ fue como una interpretación pop de ello, con efectos de sonido y esos gritos. Íbamos un poco al límite», contó años después el también productor del grupo, Gareth Jones.
La premisa era simple, tal y como lo definió Alan Wilder en 2006: «Puedes expresar lo que quieras, siempre y cuando le des una buena melodía a la canción».
Premisa cumplida. Perversión, dominación, masoquismo, cuero, cadenas, látex, deseo, atmósferas rojas, experimentación, rudeza. Todo envuelto en la voz varonil de Dave Gahan y en las visiones que Gore tenía en 1984, como un vil intruso en Alemania.
Nunca sabremos si «Master And Servant» era apenas una milla recorrida, hecha canción, de un atleta sexual con rostro angelical.
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