Cuando uno escucha grabaciones de «Transmission» en los conciertos que ofreció Joy Division en 1979, es fácil percatarse de que son pocos los aplausos que recibe la banda al finalizar tan catártica canción.
Cuando uno escucha hoy día a cualquier banda -incluyendo a New Order o a Peter Hook– haciendo el cover en vivo de la pieza, es igualmente fácil oír a las multitudes aplaudir y gritar sin control.
Todo ello ha sido este himno de la extinta banda de Macclesfield que tocaba frenéticamente detrás de Ian Curtis. Y si «Love Will Tear Us Apart» era una majestuosa pero dolorosa cicatriz derivada de la quebrada vida matrimonial de Curtis, «Transmission» representó la vehemencia y la intensidad casi epiléptica del cuarteto británico en directo. Era rock lapidario, un ritmo que no daba tregua y un motivo para que el flaco de los ojos traslúcidos se electrocutase al bailar.
Nunca a nadie se le vio tan poseído como a Curtis sobre el escenario canturreando el excitante final de «Transmission». Y no por ágil, sino por ser eléctrico y endemoniadamente sombrío. Ojos de niño asustado, voz de gigante enojado, cuerpo de joven agobiado y ávido de una libertad que no alcanzaría en esta vida.
«Es una gran gran canción que fue maniáticamente interpretada. Desde que se escuchan esas primeras notas ya sabes que es ‘Transmission’. Martin (Hannett, productor) realmente le dio una identidad. Es una de las grandes canciones de rock. Estoy muy orgulloso del tema», recapituló Peter Hook, otrora bajista de Joy Division, cuando fue entrevistado por el NME sobre las grandes creaciones de aquella agrupación que a la muerte de Ian se refundaría y rebautizaría como New Order.
«Hace poco escuché una versión añeja de ‘Transmission’ y no pude creer lo mala que era. Si Martin Hannett no hubiera producido Unknown Pleasures, no habría sido un hit», le dijo en otra ocasión Hook a Interview Magazine.
Tony Wilson, el legendario fundador de Factory Records, ejemplificó con el mencionado track la manera en que Joy usó las directrices del punk, pero no a través de un sinsentido o de un impulso vagamente contestatario, sino para expresar emociones mucho más profundas.
El vinilo de la canción fue lanzado en octubre de 1979, sólo siete meses antes de que Curtis, fiel a su talante depresivo, se colgara de una de las vigas de su cocina en su pequeña casa de Macclesfield, abatido y harto de sus ataques epilépticos y de la tristeza por un inminente divorcio.
«Él siempre sostuvo que no quería vivir, deseaba estar muerto antes de los 25. Yo le decía ‘Seguramente cuando llegues a esa edad, no querrás morir’. Él contestaba ‘Oh sí, estaré muerto’», le contó su esposa Deborah Curtis a la BBC.
Así, a golpe de soga, se apagó a los 23 años una de las historias más promisorias de la escena post punk de Manchester. A la vez, llegó así el bofetón comercial de una banda que jamás quiso husmear en el mainstream, pero que con semejante historia -y tragedia- igualó en los libros acerca de ellos lo fascinante y emocionante de sus creaciones.
Aunque el hombre detrás de las letras, el poeta maldito que idolatraba a Kafka, viviera ensombrecido por sus angustias… y empapado por una perpetua llovizna interna.
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