Sin querer, «Comfortably Numb» se volvió la homilía de los conciertos de Pink Floyd… y también de los spin-offs a partir de que el gran estallido arrasó con el cuarteto progresivo.
A juicio de la vasta grey floydiana, aquel himno de The Wall en el que cantó la guitarra y aullaron dos voces representa el pináculo del nexo Waters-Gilmour y quizá la más prolífica de las ocasiones en que la arrogancia de ambos cupo en un frasquito para lograr que el sonido fuera fragancia y oliera a perfección. En términos kubrickianos el monolito se apareció en el estudio francés Super Bear, donde David hizo una maqueta que pensaba incluir en su primer álbum solista. Era 1978.
Si en toda homilía el esclarecimiento importa más que la explicación, queda claro que Roger Waters siempre fue un mejor letrista que sacerdote al servicio de los feligreses de Floyd. Al atender cientos de entrevistas durante décadas ha hablado de las letras de «Comfortably Numb» con la consistencia con la que un borracho le cuenta a sus amigos una y otra vez sus más hondos ideales. El primer ejemplo sucedió en 1980, cuando en una charla con Jim Ladd destruyó el mito de que la canción estuviera basada en la debacle mental de Syd Barrett, fundador del grupo. Tenía más que ver, dijo, con la miserable sensación de calzar unos botines defectuosos: «Es acerca de las fiebres que uno padece cuando es niño. Yo sentía mis manos como globos («my hands felt just like two balloons…«). A la vez, la pieza podría retroceder 10 años, al final de los sesenta. Una línea es sobre los zapatos de Syd. Usaba bandas elásticas alrededor de sus botas porque siempre se le rompían los cordones.»
En diciembre de 2009, las páginas de la revista inglesa Mojo reprodujeron otro testimonio del bajista.
«Recuerdo haber padecido gripa o algo así, una infección con altísima temperatura y delirios. Mucha gente piensa que parte de la letra tiene que ver con la masturbación, sólo Dios sabe el motivo», dijo el fanfarrón Waters, quien con un solo golpe disipó dos viejos misterios: no es un compositor lascivo y tampoco es el Creador.
Y del verso «That’ll keep you going through the show» aclaró: «Eso viene de un concierto en el Spectrum de Filadelfia (29 de junio de 1977). Tenía problemas estomacales y pensé que no podría salir a escena. En el backstage un médico me dio algo que, te juro, mataría a un elefante. Me mantuve en el show esforzándome mucho, él dijo que era un relajante muscular, pero quedé casi sin sensibilidad.» En efecto, Waters no pudo terminar aquella presentación y luego del encore el caballo de tres patas se las ingenió para interpretar con dignidad «Money» y «Us and Them».
La música, y particularmente el apabullante solo de guitarra de Gilmour, siempre han trepado a las más altas cordilleras del rock y de los caprichosos rankeos. Pero, una vez más, la conquista de la cima enredó vanidades e implicó puntapiés entre los genios. Cada uno se adjudicaba haber cogido el auricular cuando Dios llamó al teléfono para solicitar atentamente la confección de la última piedra preciosa de los años 70.
«En el sur de Francia, donde grabamos la mayor parte de The Wall, tuvimos un encontronazo en torno a ‘Comfortably Numb’. Trabajamos con el productor Bob Ezrin y cuando los multitracks fueron llevados a Nueva York ni Dave ni yo… ni Ezrin fuimos. Michael Kamen los recibió y agregó tintes excepcionales a la canción», reveló Waters.
«Habíamos configurado una pista rítmica que me encantaba, pero Gilmour consideró que no era precisa, entonces fue cortado el track de batería y él celebró. Yo para nada coincidí».
Del resultado, el primer verso retrata la voluntad de Waters y el segundo el empecinamiento de Gilmour. Al final, los más de seis minutos grabados fueron madriguera suficiente para agrupar y resguardar lo artístico, lo lírico y lo épico. Un pacto forzado entre dos criaturas esclavas de su hígado, quienes, tras esculpir semejante obra y unas pocas piezas más, desataron el big bang, firmaron el divorcio y decidieron seguir pronunciando, lejos uno del otro, homilías de hasta 10 minutos de duración en estadios abarrotados.
El frasquito de la canción perfecta, aún roto, siguió aromatizando.
«Hello, is there anybody in there?»
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