«She’s a killer queen gunpowder gelatine, dynamite with a lazer beam, guaranteed to blow your mind, recommended at the price, insatiable an appetite wanna try?»
Una pedazo de noche de sábado bastó para que Freddie Mercury compusiera «Killer Queen», uno de esos hits mágicos que Queen sembró no únicamente en la mente de su feligresía más devota, sino en las masas rockeras de mediados de la década de los 70.
Pasado el tiempo, resulta fácil decirlo y hasta hacer alarde de ello, pero cuando el pintoresco cantante de la agrupación británica confeccionó la pieza, se llevó una contundente desaprobación de parte del guitarrista Brian May, el baterista Roger Taylor y el bajista John Deacon.
«Ese corte me llena de orgullo. Lo escribí para el disco, pero nunca pensando en que fuera lanzado como single. Compusimos un conjunto de canciones para Sheer Heart Attack y cuando terminamos y las grabamos, me di cuenta de que era un corte muy, muy poderoso», aseveró el músico de la dentadura prominente en mayo de 1976 a Record Mirror con respecto al que irónicamente terminaría siendo el primer tema promocional del tercer disco en la carrera de la cuadrilla. «En aquel tiempo era un poco inusual en relación al estilo de Queen y los demás reaccionaron con un ‘Awww». Fue otro de los muchos riesgos que tomamos, pero pienso que cada uno de ellos ha valido la pena.»
En los fragmentos de la composición que fue abrillantada por el productor Roy Thomas Baker y que comienza con un chasquillo de dedos, se hacen referencias aisladas a las geishas y a María Antonieta de Austria, aunque el trasfondo real fue descrito por el entonces melenudo Freddie en una entrevista que concedió al semanario NME en noviembre de 1974: «Es acerca de una chica de clase alta. Lo que intento expresar es que las nenas de gran estatus también puede ser pirujas. De eso trata el tema, aunque preferiría que cada uno interprete lo que desee y lo traduzca conforme a sus propias ideas.»
Ya desde entonces Mercury se empeñaba en difuminar las diferencias entre los individuos y procuraba meterlos en una misma bolsa, haciendo caso omiso a los muy cantados estratos sociales. Acaso a razón de esto no fue sorpresivo que en años posteriores algunos testigos hablaran de las pomposas fiestas y bacanales que organizaban los cuatro de Queen, en las cuales la droga y el sexo le hablaban de «tú» a la totalidad de los invitados y a gran parte de los colados.
Como ejemplo está la confesión de Bob Gibson, un promotor de Los Angeles encargado de organizar un fiestón sin precedentes en la víspera del lanzamiento del álbum Jazz, justo en la noche de Halloween de 1978: «Freddie decidió invitar a un montón de individuos de la calle para que la cosa se animara. Me solicutaron enfáticamente que buscara gente con un distintivo excéntrico, cualquiera que pudiera sumarle algo de color al ambiente.»
Un cosmos de excesos y polvito blanco donde después de un par de horas los príncipes y las reinas se mimetizan con los pirujos y las putas.
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