Hay quien dice que Lana Del Rey necesita la controversia para mantener arriba una carrera que, desde el comienzo y específicamente desde aquel ruidero que provocó su aparición en Saturday Night Live, ha estado salpicada de dimes y diretes, de reacciones radicales y críticas, de alabanzas y expectativa.
Por si eso no hubiese sido suficiente, para la reedición Paradise de su exitoso Born To Die, Elizabeth Grant puso en órbita en 2012 un tema cuyo extraño título era «Cola» y cuya primera línea rezaba algo tan vaginal como: «My pussy tastes like Pepsi-Cola«.
«Tengo un novio escocés y eso es lo que él dijo», explicó la muy cínica entre risas en una entrevista telefónica para un programa de radio en Australia.
Del Rey jamás tuvo dudas del potencial del corte, a pesar de que unas cuantas bocas en su entorno hicieron lo posible por persuadirla para que reconsiderara su publicación.
«Para mí era algo muy cool. La banda tocó guitarra eléctrica, el estribillo es sólido y tiene capas inferiores interesantes. La vibra era muy positiva, me encanta la pieza», argumentó sin importarle si era hallada culpable en el juicio masivo.
Un poco más adelante en la canción, aunque sin el punch de esa primera declaración en la cual sólo un aspirante a tener sexo oral con ella podría entusiasmarse, Lana presume que sus ojos son semejantes a una tarta de cerezas y revela su debilidad por los hombres maduros.
A pesar de sus casi obvias intenciones y del impacto comercial que suele tener en la isla, la diva del ronroneo monocorde no logró que «Cola» llegara demasiado lejos en los listados; el corte apenas si se ubicó en el sitio 120 del chart de Reino Unido, con lo que quedó claro que el elogio de su novio Barrie-James O’Neill había sido una bonita ocurrencia, sin consecuencias gloriosas ni huracanes mediáticos.
En estos tiempos ya pocas cosas sorprenden, especialmente si los consumidores masculinos creen que esta nena de decoración vintage busca más pitorrearse con un chascarrillo sobre su vagina que realmente calentarlos.
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