Si alguna vez la música usó traje de hadas, esto se dio por obra y gracia de un «sastre» apellidado Virgo.
A mediados de 1998 la dupla electrónica de Reino Unido, Mono, era una especie en el fondo del mar para su país de origen, pero -ironías de la vida y la música- se había echado al bolsillo a miles de estadounidenses en apenas tres minutos y 34 segundos.
Y todo gracias a la inclusión de su sencillo «Life in Mono» en la banda sonora de Great Expectations, clásico del británico Charles Dickens que en aquellos ayeres contó con una versión refresh en la que lucían en todo lo alto el veterano Robert De Niro y los jovenazos Ethan Hawke y Gwyneth Paltrow.
«The tree-lined avenue begins to fade from view, drowning past regrets, in tea and cigarettes…»
Al igual que la base de esta adaptación dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón, la composición era una bella estampa que parecía ser cantada por hadas y que bien podría incrustarse en el típico sonido triphopero de Bristol. No era chiripa. Así lo había imaginado el programador y productor Martin Virgo, porrista número uno de los alcances vocales de su entonces compañera, Siobhan de Maré.
«Creo que únicamente estaba tratando de probar mi voz en esta pieza, y de repente se hizo hit a nivel mundial. Estábamos muy emocionados y conmovidos, eternamente agradecidos por la recepción que el tema tuvo y que aún tiene a la fecha», dijo en 2013 Siobhan, la cara bonita de aquel proyecto que tomó forma con el álbum Formica Blues, pese a que el embrión del corte se había incluido previamente en un EP.
En una publicación de 1998 Billboard subrayó especialmente el maridaje de cine y música, a través de la pluma de Carrie Bell: «Parte del éxito debe ser atribuida directamente a la voz hechizante e implacable de De Maré, inspirada en divas traumatizadas del soul como Roberta Flack, Billie Holiday y Chaka Khan.»
Diversos reportes de prensa revelaron que fue el propio De Niro quien solicitó que la gema de Mono fuera parte no solo del soundtrack de la cinta de Cuarón, sino que tuviera significativo peso en el argumento.
«Definitivamente es un sueño para Mono ser parte de un proyecto de tal tamaño y magnitud cuando apenas iniciamos nuestra carrera», admitió Virgo en una charla con Al Muzer, justo cuando la mancuerna alistaba su Formica Blues Tour.
La gira sería la primera de Mono… y la última. La aventura inició ante una pequeñísima audiencia en el Double Door de Chicago el 1 de abril de 1998 y culminó cuatro meses después en el Net de Atenas, con sets que con mucho esfuerzo llegaban a los 45 minutos de duración, aderezados por pantallitas de un metro cuadrado.
En la segunda noche de esa corta odisea De Maré saludó a los 800 testigos aglutinados en el Bimbo’s 365 Club de San Francisco al son de: «Somos Mono, ¡experimentemos la buena vida!»
A la manaña siguiente varios medios locales publicaron que la agrupación se había mostrado ambiciosa, pero se aproximaba, si acaso, a ser una copia de los ingleses Portishead, además de criticar que «Life In Mono» hubiese sido interpretada en dos ocasiones, algo inapreciado por los hipsters que se ilusionaron con ser conquistados por una propuesta más elástica. Uno de los encabezados mordió fuerte: «Monó… tona noche con Mono»
Otros momentos del tour fueron más afortunados, como el show en El Rey Theatre de Los Angeles, donde los egos de De Maré y Virgo engordaron tras recibir aplausos de Madonna y Mark Hamill, sin dejar de mencionar a un ferviente feligrés que puso rodilla en piso para venerar a la vocalista como se alaba a una diosa: «Dormiré todas las noches con tu voz en mis oídos», le dijo emocionado.
Lejos de asustarse por el fervoroso devoto, Siobhan resumió el episodio ante Billboard al más puro estilo de una celebridad porno: «Me excita que los hombres sean abiertos. Encuentro en la honestidad algo hermoso e íntimo. Me encantaría empaparme de afecto.»
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