Así como el prolífico Paul McCartney escribió «Live and Let Die» en poco más de lo que dura el entretiempo de un partido de futbol, otros como su tocayo Paul Simon han registrado demoras de campeonato para componer algunas canciones que marcan vidas.
Es el caso de «The Sound of Silence», poema acústico que engrandeció aún más la década de los 60 (para muchos la mejor musicalmente hablando) y en el que el chaparrito de Newark invirtió medio año haciendo garabatos, tachones y replanteos. En términos matemáticos podría decirse que sumó de a verso por día, obsesionado con que todo sonara fabuloso desde la primera frase, esa que, recostada en dos voces sedosas y angelicales, habría de desatar gritos del demonio en los shows de Simon & Garfunkel: «Hello darkness, my old friend…»
Las primeras notas emergieron en plena convulsión estadounidense, cuando toda la nación escuchaba todavía la reverberación de los tiros que mataron a John F. Kennedy.
«Había terminado mis estudios y trabajaba en una editorial de música. Ahí me dedicaba a visitar las casas discográficas ofreciendo canciones de algunos compositores para ver si interesaban a otros artistas y se animaban a grabarlas», reveló Simon en una plática con Terry Gross.
Pese al entusiasmo de un primerizo, en seis meses de trabajo el joven Paul no logró «vender» una sola de las composiciones, así que, en pleno uso de su exasperación, decidió sacar agua del pozo y regalar dos cortes de su autoría. Llegaron entonces los reclamos y pellizcos de la propia editorial, exigiendo a Simon recular. Terco desde sus veintes, éste defendió como león su maqueta más reciente y, pese a ser despedido sin más, logró llevarse la base de «The Sounds of Silence» (así, con «s»), corte que de mera plastilina fue convertido en himno de espalda ancha y alcance generacional cuando el productor Tom Wilson lo enchuló en 1965 con batería, bajo y otros cosméticos.
Aun cuando fue lanzado en los tiempos de dominio absoluto de The Beatles, este paisaje folk rock hizo nido en lo más alto del Billboard Hot 100 durante las primeras tres semanas de 1966, siendo finalmente suplantado por «We Can Work It Out», de George, Paul, Ringo y John. Igual, ya nadie le quitaba al dúo americano semejante gustote.
«Un problema con el que debemos lidiar hoy es la poca habilidad para comunicarnos no solo en términos intelectuales, sino en el plano emocional. Eso hace que no seamos capaces de conmover ni amar a los demás. Esta canción aborda esa incapacidad», explicó Simon a quienes lo vieron actuar ese año junto a Art Garfunkel en la televisión canadiense.
Más rápido de lo imaginado, la relación de Paul y Art se agrietó y el binomio de las armonías alfombradas que prometía historias monumentales se fue a negros apenas inició la década de los 70. Paladines de la exacerbación juvenil y protagonistas de una maravillosa banda sonora (The Graduate, 1967) que insertó memorias imperecederas en una generación completa, los norteamericanos lograron lo imposible: que el silencio retumbara y su eco siguiera rebotando, cual balón de futbol, durante décadas.
«And the people bowed and prayed to the neon god they made, and the sign flashed out its warning, in the words that it was forming…»
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