En 1996 Bryan Adams caminaba con actitud desparpajada, pinta decadente, ojos delineados y cabellos largos, así que afirmar que la prensa de entonces estaba más interesada en sus nuevas composiciones que en sus devaneos sexuales era una graciosa insensatez.
A mediados de aquel año el canadiense ponía en circulación el simple «Let’s Make a Night to Remember», balada calentona de seis minutos que hablaba de un romance rojizo y se alineaba enteramente al arpón seductor y engatusador del cantautor. Por ende, la pieza volaba en el radar de los medios, siempre al asedio de la vida íntima del dandy de Ontario, quien por esos ayeres estaba felizmente esclavizado a la modelo danesa, Cecilie Thomsen.
Expuesta por Adams en el video de 1995, «Have You Ever Really Loved a Woman», la veinteañera de escotes al servicio de grandes senos repetía a cuadro en este tercer esfuerzo promocional del álbum 18 til I Die.
«Ella es hermosa, alguien ideal para acompañarte», afirmó casi a regañadientes un parco Bryan cuando Adrian Deevoy le intentó sacar sus motivaciones líricas. Y con tan amuralladas respuestas, fue difícil que el canadiense aceptara que la composición había sido escrita por y para Cecilie.
Pero semejantes letras parecían dejar en evidencia sus impulsos: «N’ I love the way ya dance your slow sweet tango, the way ya wanna do everything but talk, and how ya stare at me with those undress me eyes, your breath on my body makes me warm inside…»
«El orgasmo femenino es misterioso, por eso sigo insistiendo», ironizó Adams. «Las mujeres son fascinantes, pero el sexo para un hombre es diferente. Para nosotros es posible tener un acostón sin variar emociones, es el sexo y ya. En el caso de ellas lo veo distinto, aunque no puedo hablar en su nombre. Debe ser una experiencia muy fuerte tener a un hombre dentro. Es algo interno, profundo, hasta espiritual.»
Y ya después se explayó: «El sexo debería ser divertido. Se requiere un poco de sentido del humor, sí hay que ser apasionados, pero uno debe reír de igual modo. Esa combinación me resulta sexy, no soy afecto al lado meramente serio del sexo.»
Las malas lenguas cuchichean que Bryan dejó de ser virgen a los 13 y se enroló en su primer noviazgo formal, el cual duró poco. Tiempo después se enteró de que aquella chica del pasado, de quien sus memorias rescatan un cuerpazo y un aroma arrebatador, se había convertido en madre y llevaba una vida apacible en Virginia. Él, en tanto, se había vuelto un total vendediscos, a menudo asociado con atractivas chicas de la farándula y hasta de la política, como la mismísima Princesa Diana.
«Soy un libro fácil de leer, no soy complicado y me gusta mantener mi vida simple», dijo el cantante al que es difícil hallarle una canción que no contenga la palabra love, aunque él no precisamente acredite esto: «Mi novia Cecilie se reiría de eso. Piensa que soy el hombre menos romántico que ha conocido».
En 2002, ya con el lazo desbaratado, Cecilie reveló al Daily Mail que Adams le había sido infiel con Diana en 1996, justo cuando el rockero charló con Deevoy y «Let’s Make a Night to Remember» conquistó tres continentes: «Quise hacerlo feliz y ser una buena novia, me comprometí mucho, pero a medida que pasó el tiempo, me fui perdiendo a mí misma. Me tomó tres años dejarlo.»
Así se evaporaron las noches rojas de los dos tórtolos, artífices de una chiclosa y sensual canción que en directo sigue causando alaridos, acaso porque permite delatar de modo retroactivo a aquel Bryan desbocado que bajo las sábanas confundía la inspiración, la desvergüenza y la ebullición.
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