«This machine will not communicate, these thoughts and the strain I am under, be a world child, form a circle before we all go under.»
Alguna vez Thom Yorke dijo que entre tantas joyas del catálogo de Radiohead, «Street Spirit (Fade Out)» era la composición de máxima pureza… y que se escribió sola.
Es verdad que este clásico del quinteto inglés, lanzado al mercado en los primeros días de 1996, refleja la predilección del hombre del ojo cerrado por las piezas en las cuales se repite una y otra vez un riff, muy al estilo de Stereolab. Pero dejando del lado la telaraña melódica, lo más relevante del single del álbum The Bends reside en las letras áridas y descarnadas que convierten todo en una cama de clavos y un acantilado emocional. Decir que es un torpedo apuntando al alma y a ningún otro target no resulta una exageración. Hoy día los Radiohead comen exquisitamente y a todo lujo a razón de estas inmersiones en las aguas de la tortura y el sufrimiento. «¿Sabes? creo que jamás me atrevería a componer algo tan desolador. Nuestras canciones más tristes tienen al menos un atisbo, una mínima posibilidad de resolución, pero ‘Street Spirit’ no da salidas. Es ese túnel oscuro sin la luz al final del mismo», advirtió Yorke.
Ante tan deprimente realidad que la agrupación de Oxford redujo a una bellísima y lacerante composición de cuatro minutos, Thom intentó apartar sus emociones de la lírica de «Street Spirit (Fade Out)» con el fin de que ésta no acabara devastándolo y devorándolo. El científico del rock alternativo temiendo a su propia criatura, a su Frankenstein, a un nuevo juego de mesa en el que abundan las serpientes y no hay escaleras.
«Nuestros fanáticos son más valientes que nosotros porque ellos permiten que la canción los penetre. O tal vez lo que sucede es que no se dan cuenta de lo que están escuchando, no saben que ‘Street Spirit’ habla de tener al diablo frente a ti, de entender que, hagas lo que hagas, él acabará riendo y que no se puede hacer nada», expresó el británico.
Si alguna vez Thom le midió la cintura al dolor, todo parece indicar que en «Street Spirit» el sastre perdió la línea, fue impreciso en los cálculos y hasta se pinchó con dos que tres alfileres. Porque ha calado hondo y porque, mientras miles la gozan en directo y se alegran y descargan kilotones de euforia, su autor la padece. «Por eso la tocamos al final de nuestros conciertos. Me duele cada vez que la tocamos y veo a miles de personas sonriendo, inconscientes de lo trágico de su significado. Es como cuando vas a sacrificar a tu perro y él va meneando la cola en el camino al matadero. A eso se asemejan todos ellos, y me rompe el corazón.»
Infortunios del geniecillo de los bailoteos electrizantes que durante décadas se ha consolidado como un tímido depositario de encomios planetarios y un agujero negro que atrae y succiona masas enteras.
«Desearía que esa canción no nos hubiese elegido como catalizadores. Yo no la escribí», insistía el pobre Thom para desmarcarse del sencillo que entonces trepó al quinto escalón del chart de Reino Unido.
Hoy no ha nacido el feligrés de Radiohead que esté de acuerdo con él.
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