En 1986, dos años antes de que el solo de saxofón de Kirk Pengilly encumbrara la publicación de «Never Tear Us Apart» como nuevo sencillo de INXS, Andrew Farriss dejó al descubierto la dentadura de un piano, tomó asiento y detonó las primerísimas notas de aquella balada. Sucedió en Nueva Zelanda, mientras el resto de la banda jugaba tenis a niveles paupérrimos.
Hoy se dice fácil, pero entonces fue un pst-pst lo que el músico recibió de Dios, después una idea y luego un esbozo hasta ser una pieza robusta y madura que al paso de las décadas se consideró el pináculo creativo de estos pandilleros que habían decidido abandonar Oceanía y exportarse a sí mismos con una ambición inédita en el rock australiano. Una piedra preciosa descomunal y apoyada en violines celestiales que causaría orgásmicos alaridos en cientos de conciertos, pero también un río de lágrimas por un sufrir aún más lacerante durante las dos horas del sepelio de Michael Hutchence.
«Siempre pensé que la canción tenía mucha fuerza y por eso le pedí a Michael que me diera su opinión», compartió Farriss años después de la muerte del vocalista que creó la poesía de «Never Tear Us Apart».
El embrión concebido en el piano de Andrew capturó instantáneamente a Hutchence, quien a mediados de la década de los 80 intentaba superar algunas grietas amorosas. Y de ahí salió un demo bluesero que, pese a no estar terminado, sonaba ya a eternidad.
«La letra que escribió fue realmente inspiradora, directa del corazón, sé cuánto significaron esos líricos para Michael, era algo muy personal y preciso para la realidad sentimental que vivía», admitió Farriss.
Nadie puede afirmar que se asomaba un capricho del destino con respecto a lo que sucedería una década después, pero «Never Tear Us Apart» habla de un lazo entre dos personas que ni siquiera la muerte puede borrar.
En noviembre de 1997, luego de que el mandamás de INXS fue hallado ahorcado en la habitación de un hotel de Sídney, su ataúd fue cargado por su hermano menor Rhett y por los integrantes de banda, mientras esos violines rasgaban el aire y ese saxofón hinchaba los pómulos.
«No me invento canciones de amor. Esto es indudablemente algo que compuse para una chica llamada Michele. Ella lo sabe, pero ya no estamos juntos, así que ya no tiene sentido… ¿o sí?», había confesado Hutchence alguna vez.
Michele se apellida Bennett, tiene ojos grandísimos y enamoró hasta el delirio al Michael picapiedra y anterior al estrellato. Rompió y regresó con él decenas de veces y fue, sin excepción, la chica a la que éste buscó cuando sus otras conquistas naufragaron.
En ese día trágico Michele fue igualmente a quien el afligido rockero llamó desde su cuarto de hotel. «¡Todo se fue a la mierda! Debería estar ensayando», le dijo Michael a las 9:54 de la mañana.
La musa de «Never Tear Us Apart» llegó media hora después y tocó la puerta tres veces. Suponiendo que su amor de juventud se había quedado dormido, se marchó con la seguridad de que, en una próxima crisis, Michael volvería a buscarla.
«We could live for a thousand years, but if I hurt you I’d make wine from your tears, I told you that we could fly…»
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