«Did you see the frightened ones? Did you hear the falling bombs? Did you ever wonder why we had to run for shelter when the promise of a brave new world unfurled beneath a clear blue sky? The flames are all long gone but the pain lingers on. Goodbye, blue sky».
«Goodbye Blue Sky» es un grande entre los grandes.
Este tema que compuso Roger Waters fue una roca medular en la construcción de The Wall, aquel LP doble que lanzó formalmente Pink Floyd en 1979, pero que muchos consideran que fue en realidad un proyecto solista de uno de los lados del cerebro de Waters, en combinación con una parte de su hígado.
En apenas dos minutos y 45 segundos, el caprichoso bajista mezcló lo tantas veces abordado en sus letras: aspectos bélicos con situaciones personales. En este caso… hablando de un hombre que se da cuenta de que ha crecido y ha iniciado «el resto de su vida», diciéndole adiós a los cielos azules de la niñez.
«Creo que la mejor manera de describirla es como una recapitulación del lado uno del disco The Wall (el cual en aquel entonces estaba hecho de cuatro partes). Sí, es recordar la infancia de uno mismo para, después, alistarse y hacer el despegue del resto de nuestras vidas», le dijo Waters al locutor Tommy Vance en 1979.
A lo largo de la canción se escuchan diferentes sonidos, como la voz de un niño que casi al inicio susurra «Look mummy, there’s an airplane up in the sky» mientras retumban los motores de aviones que, según varios archivos, recrean The Blitz, la serie de bombardeos sobre Gran Bretaña por parte de la Alemania nazi entre el 7 de septiembre de 1940 y el 10 de mayo de 1941.
La voz de aquel pequeño es ni más ni menos que la de Harry Waters, hijo de Roger, cuando tenía apenas dos años de edad.
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