En las discotecas ochenteras, tupidas de rosas chillantes y azules eléctricos, el grito de Tarzán, conocido por otros simplemente como «el llamado de la selva», retumbaba de lo lindo los viernes y sábados de interminable juerga. Y todo por culpa de Baltimora, una formación electrónica a cargo del productor Maurizio Bassi. Un proyecto italiano que, como tantos de la década, halló notoriedad exprés: dos que tres shows televisivos interesados en su oferta y ¡pum!… dinero fácil.
Éxito y debacle rápidos. Una estrella que, pese a ser fugaz, permaneció en el disco duro de los chicos de una generación entera a la que todavía hoy, entre canas, achaques y arrugas, le nutre meter reversa en el tiempo.
En abril de 1985 su simplón y embriagante primer single, «Tarzan Boy», salpicó cuanta estación de radio sonaba en favor del pop. Y muy pronto el contagio entre programadores y patronos de las radiodifusoras propició que la pieza, remojada en el género italo-disco, llegara a la cima de los listados de popularidad en Bélgica, España, Países Bajos, Francia y Canadá, además de agenciarse el tercer lugar en Reino Unido y el decimotercero en el Billboard. A esto habría que sumar una generosa exposición de su videoclip en MTV, donde el frontman norirlandés de Baltimora, Jimmy McShane, se contoneaba cual culebra dentro de un holgado atuendo en tonos blanco y café. Intenso maquillaje, fogonazo a la vista.
«Me inicié como bailarín a los siete años, luego abandoné Irlanda y me fui a Londres a estudiar teatro, ahí aprendí a cantar», le dijo Jimmy a Dick Clark cuando debió actuar en el programa American Bandstand para promover el álbum Living in the Background. «Actuar»… porque en realidad McShane se dedicaba a hacer mímica. Desquitaba su salario meneando la cadera como un ente hipervitaminado frente a las cámaras, sonriente y gesticulante con esos anteojos que parecían haber sido remojados en colorante. En el mejor de los casos el británico pegaba el grito de Tarzán, pero esto, con garganta sana, cualquiera puede hacerlo.
Aún en la era de la dictadura synthpopera, la banda no volvió a crear sencillos de alto voltaje como «Tarzan Boy». Desanimado al mirar el descenso de las cifras, Bassi desmembró el proyecto en 1987. A Cenicienta le había llegado la media noche.
Una década después de la gloria, McShane falleció por complicaciones asociadas al SIDA sin que muchos se enteraran. No sólo apilaba 37 años de vivencias cuando su reloj biológico se detuvo, también se llevó a la tumba ese gran secreto de ser el mimo de Baltimora. Esto fue revelado por el productor Tom Hooker tiempo después, cuando ya nadie podía llevar a la hoguera al infractor: «Hay mucha mierda en el negocio y muchos no desean molestar a sus fans para no sacrificar la venta de discos. Ya no me importa, digo la verdad tal cual es: Baltimora era el canto de Maurizio Bassi y no la imagen que murió de SIDA años más tarde. Milli Vanilli no eran cantantes reales, Boney M. en los años 70 era un grupo de pura imagen. Yo no inicié esto. Se trata de adultos tratando de hacer negocios.»
Más allá de la controversia que en realidad nunca estalló, todavía en nuestros tiempos «Tarzan Boy» es pegajosa gracias al molde que desde 1985 han abrazado con vigor los adictos a la electrónica. Desde aquellos tiempos en que asistían a la disco para hacer el llamado de la selva a coro con McShane.
Corrección: a coro con Bassi.
«Night to night, gimme the other, gimme the other, chance tonight, gimme the other, gimme the other…»
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