Robert Smith pegó el «hoyo en uno» cuando todavía era una larva.
Lo hizo sin grano de intención de escribir un hit, porque en su cabeza, colmada de hojas muertas y murciélagos errantes, rondaba la idea de componer un tema atmosférico y fantástico que escapara a cualquier cuadrícula. Y así… surgió «A Forest», al tiempo la canción más tocada en el gordísimo expediente en directo de la pandilla de Crawley que entonces completaban el bajista Simon Gallup, el baterista Lol Tolhurst y el tecladista Matthieu Hartley.
Smith tampoco vaticinó que este capítulo gótico de Seventeen Seconds, con una prodigiosa base rítmica a cargo de Gallup, acabaría siendo marca de la casa y el tema colosal que halló el gran banco de peces en el océano. Más de una camada de adolescentes con camisetas negras y almas rasposas cayó en la red, lo adoptó y lo celebró cada que retumbó en vivo, casi siempre colocado hacia el final del set, en plena metralla de clásicos.
«De niño me perdí en un bosque y fue una experiencia aterradora. Es una sensación que ha permanecido en mí, acompañada de imágenes en las cuales caminaba entre muchísimos árboles húmedos, como si estuviera perdido en medio de una multitud», desahogó el joven Robert apenas terminó una tocada con The Cure en 1980. «Uno empieza a tener reacciones un tanto animales, estando física y mentalmente perdido.»
La larva de ojos delineados ya daba sus primeros pasitos narrando sus traumas y trastornos. Aún no se asomaba el ídolo de darketos que demostraría que el maquillaje y el labial rojo también son terreno de hombres. Ya después, por ahí de 1989, modificó un poco la versión sobre el hecho que lo incitó a esculpir «A Forest»: «Fue una pesadilla que tuve en la infancia y que más tarde, durante mi adolescencia, se volvió realidad.»
En cuanto a las sesiones de grabación, el ingeniero Mike Hedges, quien debutó como productor en tal álbum, hizo un ejercicio de memoria en 2004: «Queríamos que fuera ornamental, pero acabó siendo el track con más producción de todo el disco. Siempre me pareció un sencillo natural, tanto Robert como yo consideramos que era excepcional, pero a la vez sabíamos que iba a ser el que más trabajo demandara.»
Ya consolidada y casi tallada en piedra, la pieza del niño extraviado a merced de cientos, miles de árboles huesudos fue, gira tras gira, blanco de diversos arreglos dignos de una sinfonía, sin importar si su duración jorobaba a quienes siempre han preferido las canciones cortitas y al pie.
Una de las interpretaciones de colección de «A Forest» se dio en julio de 1992, cuando The Cure ancló en Detroit en pleno Wish Tour. Inspirado y guiado por esa brújula eternamente misteriosa, el tipo de la melena y el labial sangrante decidió concluir la noche con una versión extendida de 13 minutos capaz de invocar musarañas y levantar muertos. Pasada la melodía habitual, el pálido Smith agregó una docena de versos ajenos a la letra original y, con la gritería ya tronando a lo grande desde las butacas, dejó la mesa servida para un desenlace de época a cargo de Gallup, el Sancho Panza de The Cure. Mientras el resto del grupo se iba de puntitas, el bajo de éste terminó siendo una pulsación del show, muy semejante al de un corazón que poco a poco va quedándose sin bombeo.
Extenuado, con la yugular saltada y dando los últimos golpes secos, el sicario de Robert quedó iluminado por el único reflector dirigido a la tarima. Parecía un flaco indefenso, abandonado a su suerte, vulnerable cual niño perdido en el bosque… a merced de cientos, miles de ramas huesudas.
«Suddenly I stop, but I know it’s too late, I’m lost in a forest, all alone. The girl was never there, it’s always the same, I’m running towards nothing… again and again and again and again…»
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