Pasaron ya 30 años de aquella leyenda del rock en la que se decía que Ozzy Osbourne le había arrancado la cabeza a un murciélago durante un concierto. De leyenda tiene mucho; de real… todo.
Fue el 20 de enero de 1982 cuando el Príncipe de la Oscuridad impactó al mundo en un recital en Des Moines, Iowa, donde su esposa y staff habían planeado que varios murciélagos de plástico condimentaran el show de un modo muy particular. Así, el personajazo Osbourne lució a tope frente a sus miles de fans entregados, hasta que en algún momento los oscuros visitantes de hule hicieron su aparición cayendo sobre el escenario.
Ozzy levantó uno de ellos del suelo y le pegó menudo mordisco, arrancándole la cabeza. En instantes, un sabor horroroso y una sensación no menos desagradable se apoderaron del showman. Ni qué decir de la sangre que brotaba del animal recién decapitado.
Y todo porque un fan, al enterarse de los trucos que incluía el show, decidió llevar su propio ejemplar para obsequiárselo en algún momento de la velada a Ozzy, quien luego del desafortunado e histórico episodio tuvo que ser llevado al hospital para que se le descartara un contagio por rabia.
Hace tres años, el músico plasmó en sus memorias aquel pasaje que le ha acompañado irremediablemente durante tres décadas. Y no pudo explicarlo más claramente: “Para empezar, la boca se me llenó de un líquido pegajoso y cálido con el peor gusto que pueda imaginarse. Noté que me manchaba los dientes y me corría por la barbilla. Y luego la cabeza se movió dentro de la boca. ‘No me jodas’, pensé, ‘no me jodas que acabo de comerme un murciélago’».
Esa cabeza, esa sensación, ese trago caliente, ese episodio, esa imagen. Ozzy, sólo Ozzy.
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