Ironías de la vida y del rock. Un par de actos de cortesía y amistad terminaron de tajo con la vida y trayectoria de Stevie Ray Vaughan, uno de los guitarristas más grandes de todas las épocas, fanático de Jimi Hendrix y Otis Rush, y estrella del blues eléctrico de los años 80.
El primer hecho fue la invitación que recibió de parte de Eric Clapton para compartir escenario la noche del 26 de agosto de 1990 en el Alpine Valle Music Theatre de Wisconsin. Sobre el entarimado actuaron en todo su esplendor Robert Cray, Buddy Guy y Jimmie Vaughan, así como Eric y Stevie. Todos… interpretando «Sweet Home Chicago». Felicidad, maestría, plenitud, historia pura.
El segundo sucedió acabando la tocada. Aunque Vaughan planeaba trasladarse a Chicago vía terrestre, Clapton decidió facilitarle la vida, cediéndole su lugar en un helicóptero que había contratado para volar de madrugada. De forma trágica, en realidad le facilitó la muerte. Minutos después del despegue, un error del piloto propició que la aeronave se estrellara, matando instantáneamente a la bestia parda que dominaba la lira como pocos, además de otros cuatro acompañantes. Llevaba puesto su sombrero.
La tarde del 27 de agosto, Clapton evitó a manotazos las preguntas de la prensa. Traía los ojos envueltos en el rojo más sentido, absolutamente devastado. Sin imaginarlo, había cedido la muerte a su gran amigo, ese apabullante monstruo de las seis cuerdas al que le encantaba escuchar «All Along the Wathctower», de Bob Dylan, y rasgar su Fender Stratocaster sin complejo ni misericordia.
Hay quien dice que en el mundo de 1990 no cabían dos guitarristas de la estatura de Clapton y Vaughan…
Así que el destino eligió.
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