
«Summer Wine», la mejor canción de la saga del 007, jamás fue parte de la saga del 007.
Los doscientos tres segundos que el track sesentero ondula entre la voz tenebrosa de Lee Hazlewood y el cántico suave de Nancy Sinatra son un traje a la medida del apuesto agente británico, un atuendo sonoro, elegante y terso que, sin embargo, nunca decoró ninguna de sus escenas en una habitación con el Vodka Martini («agitado, no revuelto») en la mano o en un trayecto abordo de su Aston Martin DB5, siempre espectacular.
Publicada en 1966 dentro de Nancy in London, aquella pieza a dueto de Lee y Nancy ha sido mencionada en decenas de foros de internet y publicaciones de redes sociales como algo que debió ser y no fue, como una canción pertinente y perfecta para la película de James Bond y que, al final, jamás llegó al destino que debía tener. Ha sido citada en tales espacios binarios casi tantas veces como “Live and Let Die”, otro corte de rock elevadísimo que inexplicablemente tampoco musicalizó los filmes del galán de galanes, aún poseyendo el título idóneo para una de las entregas de la saga del agente.
“Strawberries, cherries and an angel’s kiss in spring…”, cantó Nancy enfundada en un traje amarillo que contrastaba con un fondo negro como el abismo el 16 de abril de 1967, en el show de Ed Sullivan, poco meses después de su publicación como cara B de “Sugar Town”, algo sobre lo cual el bigotón Lee se mostró inconforme años después: «Te das cuenta de que quieres rajarte las muñecas al ver que millones reprodujeron ‘Sugar Town’ durante tres meses, con ventas de alrededor de un millón y medio, y luego dieron vuelta al acetato y éste vendió otro medio millón. Así que lo que hice básicamente fue darles un disco de dos dólares al precio de uno».
Desde su origen, Hazlewood concibió “Summer Wine” como una pequeña película sonora para cantarse en pareja y narrar el encuentro entre un aventurero solitario y una mujer de labios plateados y ojos brillantes como el sol que se lo topa a medio camino y le invita un vino casero condimentado con algo no tan usual: “Strawberries, cherries and an angel’s kiss in spring…”
Tan sugerente descripción parece más una extensión del verano mismo: placer, calor, despreocupación. Ante ello, el exhausto forastero acepta y bebe. Un par de horas después, despierta despojado, sin dinero ni caballo.
Las letras de Hazlewood jamás aclaran si fue engañado por la mujer, seducido, robado o simplemente irresponsable. Hasta la culpa es ambigua.
Acaso el bigotón Lee solamente dejó caer, en entrevistas aisladas, que “Summer Wine” era una fábula moderna sobre el deseo, el precio de los excesos y el cruce de ciertos umbrales.
Lejos de la buena fortuna que siempre acompañó al 007 en sus miles de bailes de la mano de la muerte, este pobre incauto sin glamour ni acento británico pareció ser la antítesis de cualquier héroe galante. Y perdió sin saber cómo, cuándo ni por qué, con la mirada apabullada por la duda y el paladar amodorrado, sabiendo a verano y a cereza.
“My eyes grew heavy and my lips, they could not speak. I tried to get up but I couldn’t find my feet. She reassured me with an unfamiliar line and then she gave to me more summer wine…”
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