
Aquella inmensa canción nació acaso mucho antes de encontrar a su verdadero dueño.
“When I Fall in Love”, creada en 1952 por el compositor Victor Young y el letrista Edward Heyman, permaneció casi un lustro como una morada sonora hermosa, pero sin esa “voz definitiva” que la habitara de manera definitiva, partiera el alma por la mitad y enredara las décadas siguientes en un nudo de tributo en torno a su figura.
Doris Day la hizo brillar, pero cuatro años después apareció Nat King Cole, el pianista y crooner de Montgomery, Alabama, que cantaba como si cada palabra acabara de inventarse.
En 1956, año en que un efervescente y descarado Elvis Presley se brincó las rejas de la compostura con su “Hearbreak Hotel, los ejecutivos de Capitol reunieron a Nat con Nelson Riddle, el arquitecto de cuerdas más fino y reputado de la costa oeste que venía del mundo de Sinatra.
Nat se presentó como un paladín del jazz nocturno del trío y de los pequeños clubes para desvelados donde el amor se confiesa entre humaredas, con cigarros agonizantes en los dedos. Riddle bajó la luz, abrió la partitura y susurró una instrucción que pareció más advertencia: “Esta pieza solamente funciona si suena como un gran secreto”. Sonriente, Nat comprendió la misión: ajustó el micrófono, dirigió la mirada al techo donde uno suele perder la vista, respiró como quien protege una frágil memoria y dio la primera línea con precisión de pincel: “When I fall in love, it will be forever…”
Pronunciado el juramento, los presentes en la grabación el 28 de diciembre de 1956 ofrendaron sus ojos, temblorosos y listos para romperse.
Nat no cantó el tema como asunto de esperanza, sino como una ley natural que no se negocia ni queda a la deriva o abierta a titubeos. Fue una sentencia con atuendo de obra maestra.
Años después, en su libro autobiográfico, Riddle recordaría que Nat no perseguía dramatismos ni pretendía ni cursilerías edulcoradas: “Cole no interpretaba amor, lo confiaba. Esa es la diferencia.”
Por esa razón, aquella toma fue la primera y la única. Sin ajetreos ni gargantas forzadas, todo quedó firmado: el corte preciso y perfecto para engrandecer Love is the Thing, el álbum donde también reposa “Stardust” eternamente.
Nat King Cole grabó “When I Fall in Love” como esos que entienden cabalmente que el calendario en realidad tacha los días vividos para enfatizar lo que resta de goce, lo que queda, las últimas hojas en blanco. Cinco años después, estaría muerto.
“When I give my heart, it will be completely or I’ll never give my heart, and the moment I can feel that you feel that way too…”
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