La historia detrás de las más grandes canciones

Flechas rotas

En 1970 Neil Young compró un gran terreno en el norte de California y decidió llamarlo Broken Arrow porque su forma, vista desde cierta altura, parecía la de una flecha quebrada. Una línea que de pronto continuaba en trazo diagonal.

La propiedad por la que el entonces hippie de veinticuatro años, como él mismo se definió, pagó poco menos de 350,000 dólares, estaba a resguardo de Louis Avila, un hombre en sus cuarentas altos, de observación honda y pocas palabras.

Young recordó a Avila en 2005 con una emoción poco usual en él y una sonrisa personalizada y casi marcada con un sello, una exclusividad que solo alguien muy especial, y nadie más, podría haberse ganado. «Un día Louis me llevó a dar un paseo en su Jeep azul y en algún momento subimos a una parte muy elevada, desde donde se podía ver aquel gran lago alimentando todos los pastizales. Justamente ahí me cuestionó… ‘Bueno, ¿cómo explicas que un hombre joven como tú tenga suficiente dinero para comprar un terreno de estas dimensiones?’ Yo le respondí… ‘Simplemente suerte, Louie, soy muy afortunado’. Él reviró… «Eso es lo más descabellado que he escuchado en toda mi vida…»

Avila es el veterano al cual Neil le cuelga el título y la totalidad de los líricos de uno de sus clásicos más recordados, «Old Man», una íntima y entrañable aleación de folk y country que a menudo es colocada por críticos y expertos en la parte más alta de los rankings concebidos para recapitular la vastísima obra del prodigio de Toronto, el hombre de la voz visceral y las cejas apretadas, el tipo con gesto de enojo que hoy en día acumula muchos más años que los que tenía Louis en 1971, cuando aquella composición fue grabada oficialmente para formar parte del álbum Harvest.

En un reciente concierto que ofreció en Chicago, Young extirpó uno de los versos de la canción y lo utilizó como excusa para conversar un momento con sus miles de adeptos en el recinto, mientras descendían las palpitaciones y él daba breves sorbos a un pequeño botellón con agua. «Cuesta trabajo interpretar ‘Old Man’ en estos tiempos», admitió Neil, cuyo rostro era ya una nutrida colección de arrugas, manchas solares y dobleces. «Es como decir… ‘Viejo, echa un vistazo a mi vida, es mucho de lo que soy ahora…’»

La confesión ante su numerosa feligresía escarbó acaso en una ironía: seguir cantando aquel espléndido himno a estas alturas de la vida en que su apellido, que tanto le ha dado, le queda cada vez más y más lejos.

Ser viejo en 1970 era, quizá, una condición impensable e inimaginable por razones que acercaban la música con la estadística. Entonces, los rockeros muertos antes de los treinta eran noticias habituales, flechas que se rompían mucho antes de dar en el blanco y llegar a su destino.

«Old man, look at my life, twenty four and there’s so much more, live alone in a paradise, that makes me think of two…«

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