«Life Coach to rock stars, artists and every day people too. My job is to help you become your dream«.
Así es el perfil de Twitter de una tal T.C. Conroy, mejor conocida por los melómanos como Theresa Conroy, mejor conocida por los devotos de Depeche Mode como la segunda esposa de Dave Gahan, mejor conocida por éste como el episodio más oscuro de su vida.
Fue durante los ensayos del World Violation Tour cuando Gahan quedó enganchado a los encantos de la entonces publicista de la banda en Estados Unidos. El típico bajón de su primer matrimonio (con Joanne) en combinación con la nueva sensación y el éxito masivo en la música, eterno catalizador del descontrol interno. Así cambió Dave de etapa amorosa, de sueños, de cama, de lazos, de fantasías, de perversiones, de excesos, de devoción hacia una vagina. Theresa fue desde el comienzo un huracán.
Incluso el cantante recuerda que fue durante esa gira de 1990 cuando las drogas se limitaban al éxtasis y a la cocaína, pero con la aparición de esta heroína del sexo, llegó también la heroína real a su cuerpo. Y la melancolía se volvió químicamente placentera.
Finalizado aquel tour, Gahan se mudó con Theresa a Los Angeles, absolutamente encantado, fascinado… y enculado.
«Viví en la lujuria, tal cual. Así reinicié mi vida y corté con todo lo demás. Ella era una compañera con quien pude actuar sin ser juzgado e hicimos un pacto de jamás llegar a drogas intravenosas, pero, por supuesto, ser junkie y mentiroso… te lleva a romper todo», recapituló Gahan, según se expone en el libro Celebration, de Steve Malins.
Antes de casarse en la Graceland Wedding Chapel de Las Vegas en abril de 1992, el frontman de Depeche extirpó de sí casi todos los vestigios de un pasado británico. Lucía una delgadez de miedo, cabello al hombro, barba y un sinnúmero de tatuajes a los que definió como su «pintura de guerra», entre los que destacaban las letras TCTTM-FG («Theresa Conroy To The Motherfucker Gahan«). A solicitud de ella, accedió a colocarse un piercing en el escroto.
Songs Of Faith And Devotion y su respectivo Devotional Tour conformaron el carrusel de festines que desató esta etapa romana en la carrera de los Mode. Y ahí, palmo a palmo, Theresa mantuvo atado al Dave más frágil de la historia. Podía desaparecer «Personal Jesus», podía acabarse la banda, podía marcharse Alan Wilder, pero no había modo de secarse ni escapar al sexo patrocinado por Conroy.
«Luego de la gira, ella me dijo que quería tener un bebé, a lo que yo respondí: ‘Theresa, somos junkies, y cuando se es junkie, uno no puede cagar, mear, mucho menos venirse’. Y así es realmente… las funciones del cuerpo se acaban, uno queda encerrado en una jaula, en un cuerpo sin alma. Pero ella no lo entendió», contó el artista, quien al final de 1994 vivió hundido en sus lagunas californianas, al interior de una casa donde edificó un pequeño cuarto azul, usado exclusivamente para drogarse en la soledad más absoluta. Conroy y una de sus amigas solían tocar y preguntar a Dave si necesitaba algo más, pero siempre respetando estas sesiones de perdición de su esposo. Amor hasta la muerte.
El inglés se descomponía lentamente y cuando intentó ayudarse a sí mismo con esporádicas charlas de rehabilitación, se topó con que su mujer no tenía demasiado interés en apoyar tal propósito. Una de las súplicas más grandes se dio en 1995, después de seis semanas de desintoxicación en una clínica de Arizona, pero una vez más Gahan fue rechazado por Conroy, quien se dijo indispuesta a escapar del inframundo.
«Por enésima ocasión recaí, y en algún momento ella misma se cansó de estar levantándome del suelo y arrastrándome por la casa. Fue entonces que decidió abandonarme».
Ahí quedó el otrora duende sonriente de Depeche Mode, desinflado de todos los modos posibles, hecho una sombra, una basura con respiración inconsistente, despojado de sus bienes por traficantes de droga y convertido en un paranoico que salía a menudo con pistola a las calles de Los Angeles.
Sería en ese mismo 1995 cuando el hombre de los tatuajes se metería en una de las habitaciones del Sunset Marquis Hotel para drogarse, beberse una botella de vino, consumir algo de valium y llamar por teléfono a su madre. Tenía que avisar algo importante.
«Estaba a la mitad de la llamada, cuando le pedí que me esperara un segundo. Fui al baño, tomé una navaja para rasurar y me rajé las venas. Envolví mis muñecas en dos toallas, retomé el auricular y dije: «Mamá, debo irme, te amo muchísimo». Luego colgó y empezó a desangrarse.
Un hombre en el punto más bajo y un incidente en aparente riesgo calculado, tan calculado que no sería letal y sí lo suficientemente lento como para recibir ayuda a tiempo.
El fin del matrimonio con Theresa Conroy, la mujer que hoy se ostenta en Twitter como una Life coach, representó el comienzo del apodo perfecto para un rockstar que (no) quiso morir a los 33 años y que se acostumbró a desperdiciar varias de sus vidas: El Gato.
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