«Early in the morning, when you knock at my door, I say ‘Hello Satan’, I believe it’s time to go».
Los viejos lenguaslargas aseguran que el individuo vivía alrededor de una plantación en Clarksdale, Mississippi, con el deseo imperante de convertirse en el más virtuoso guitarrista de blues sobre la faz de la Tierra.
A raíz de ello, «alguien» le dio la instrucción de dirigirse al cruce de la actual carretera 61 con la 49, en dicha localidad estadounidense, y detenerse ahí exactamente a media noche. Así lo hizo y se reunió con un sujeto de gabardina negra, quien tomó su guitarra, tocó unas notas y después se la regresó. Robert Johnson, con apenas 20 años de edad, acababa de vender su alma al diablo a cambio de cumplir su más grande anhelo y paladear el éxito durante los siguientes siete años.
Con los años, y pese a tener una vida muy breve, Johnson se convirtió en uno de los músicos más importantes en la historia, situándose como influencia definitiva de posteriores exponentes como Eric Clapton, Bob Dylan y The Rolling Stones, entre muchos otros.
Dicen quienes lo vieron dando tocadas en el sur de Estados Unidos que su mirada parecía la de un zombie, su guitarra sonaba como si fueran dos instrumentos y su voz era extrañamente seductora. Por si el misterio no fuera suficiente, dos de sus canciones más célebres aludían a un pacto con el demonio: «Me And The Devil Blues» y «Crossroads Blues».
Sin pruebas, la mitología bluesera concede certificación a esta fascinante historia, pero hay algunos que aseguran que no fue el diablo quien pactó en aquella noche con Johnson, sino un individuo de nombre Ike Zinnerman, quien acostumbraba rasgar las cuerdas de la guitarra sobre las tumbas de un cementerio para no molestar a nadie.
Él y su alumno habrían pasado varias noches ensayando sobre los muertos con el fin de cautivar a los vivos.
Johnson murió envenenado en 1938, y fue el primero de los muchos músicos célebres que fallecieron a los 27 años.
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