Hace exactamente 32 años una soga sujeta a las vigas de la cocina y enrollada en el cuello de Ian Curtis acabó con la tormentosa vida del carismático mandamás de Joy Division. Fue en algún momento de la madrugada, al interior de la casa no. 77 de la calle Barton, en Macclesfield, Inglaterra.
A propósito de una reciente gira de homenaje que realizó su ex compañero en la banda, Peter Hook, pude escuchar una de las reflexiones más bellas con respecto a tan dramático episodio en la historia de la música y que significó el abrupto desenlace de un hombre desquiciado por sus depresiones, su vida amorosa al borde del divorcio y sus ataques epilépticos.
«Ian es el mejor frontman de la historia y está congelado en un look maravilloso de un chico de 23 años en la cima de su carrera, muy bien parecido, siempre inocente. Nosotros envejecimos alrededor suyo y él sigue viéndose fantástico. Quisiera que estuviera aquí para disfrutarlo como amigo, pero también para que él se diera cuenta de lo exitoso que es su legado», me dijo Peter.
Y las fotografías le dan razón. Ian jamás envejeció. Su leyenda ha perdurado y sus ojos transparentes siguen brillando cada vez que sus millones de fans en el mundo lo invocan.
Aún es un chico guapo de 23 años…
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