23 de noviembre de 1991. Farrokh Bulsara, mejor conocido como Freddie Mercury, hace público este comunicado: «Respondiendo a las conjeturas que sobre mí han aparecido en la prensa, deseo confirmar que he dado positivo en las pruebas del virus y que tengo SIDA. Es hora de que mis amigos y fans en todo el mundo conozcan la verdad, y deseo que se unan a mí, a mis médicos y a todos los que padecen esta terrible enfermedad para luchar contra ella«.
24 de noviembre de 1991. Roxy Meade, vocero de Queen, confirma el deceso del afamado frontman: «Freddie Mercury murió completamente en paz esta noche en Kensington. Su muerte ha sido el resultado de una bronconeumonía originada por el SIDA«.
En efecto, el grandioso Mercury había esperado a la muerte en su casa de Kensington, en Londres, al tiempo que los tabloides sensacionalistas de la isla bombardeaban su imagen con fotografías dramáticas de un hombre decaído, frágil y a merced de cualquier mal que terminara con su vida.
Si bien el mundo no conocía la verdad hasta entonces, Freddie acumulaba cuatro años de martirio silencioso desde que su médico de cabecera le comunicó los resultados de la prueba. Su ex novia Mary Austin, inspiración del tema «Love Of My Life» y con quien el cantante tuvo un romance de seis años, fue de las primeras personas en saber el diagnóstico. Allegados como Mick Rock señalan que Freddie contrajo el virus mientras vivió en Nueva York.
Y así, entre 1987 y 1991, el genio de la rapsodia bohemia cambió radicalmente su modo de vida. Se dejó cuidar por su pareja Jim Hutton y pasó largas temporadas restaurando su propiedad en Montreux. «The Show Must Go On», obra insertada en el último disco de Queen, Innuendo, parecía una premonición o, acaso, una verdad ruidosa acerca de su enfermedad.
Ahora bien, de las últimas horas del referido, poco se sabe. Según Hutton, la última vez que Mercury estuvo consciente fue el viernes 21 de noviembre de 1991. Cuando regresó a su mansión londinense, Jim subió a verlo y se recostó junto al cantante, quien dijo «Pronto el mundo lo sabrá», en referencia a la carta donde admitiría el contagio. Hacia las 10 de la noche y ya completamente ciego, se agitó con vehemencia, exigiendo cuatro píldoras analgésicas. El tratamiento con AZT y otros medicamentos los había abandonado semanas antes. Pasado el momento, Hutton y Mercury se quedaron dormidos.
En la madrugada del domingo 24, Freddie despertó y pidió un platón de fruta. Su pareja le preparó un coctel con rebanadas de mango y jugo para combatir la deshidratación crónica que sufría. Minutos después de las 3 de la mañana, despertó nuevamente, abriendo la boca desesperado y señalando su garganta, ya que se le había atorado un pedazo de fruta y su debilidad era tal que no podía tragar ni escupir. Tras ser auxiliado, volvió a conciliar el sueño.
Aproximadamente las 6 de la mañana, Freddie pronunció sus últimas palabras: «Pipí, pipí». Jim lo llevó al baño con la ayuda de otro asistente y cuando lo regresaron a la cama, el hombre de 45 años aulló de dolor y comenzó a sufrir convulsiones. El doctor Gordon Atkinson le suministró una dosis de morfina.
Horas después, Mary, su apoderada legal y confidente, pasó a verlo. Luego arribaron Elton John y Dave Clark, sin que el líder de Queen respondiese a estímulo alguno. Posteriormente, Mercury hizo evidente que quería ir al baño, sin embargo, se hizo en la cama. Jim Hutton pidió a todos que salieran para cambiarlo de ropa, pero mientras le ponía los calzoncillos sintió repentinamente que el muslo de Freddie perdía tensión. Uno de los cantantes más grandes en la historia del rock había muerto.
Jim lo abrazó con fuerza y lo cubrió de besos.
Tiempo después, el propio Hutton declararía que en el momento del deceso, el rostro de su amante lucía radiante, como si al final el SIDA se hubiese ido de golpe, dejando en paz al hombre que con su voz, baile y carisma estremeció multitudes y estadios por doquier.
Como bien rezaba el estribillo de «We Are The Champions», el gran Freddie siguió peleando… hasta el final.
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