La primera vez que los escuché fue hurgando en una tienda de ropa de Nueva York, en 2009.
Su propuesta en la lírica de «Time To Pretend» era clara. Se trataba de una especie de decálogo que incluía las siguientes convicciones: hacer música, hacer dinero, casarse con modelos, mudarse a Paris, inyectarse heroína, olvidar a los amigos, echar de menos a los hermanos, coger con las estrellas, dejar atrás el amor, embarazar a las modelos, divorciarse de las modelos, encontrar otras modelos, vivir rápido, terminar joven y, al final, de tanto descontrol, ahogarse en su propio vómito.
Está claro que, desde sus primeras composiciones, MGMT traía consigo un encanto en la voz de niño malcriado de Andrew VanWyngarden, una rareza particular, un descaro que a un cúmulo de críticos cayó igual que a un adicto al que le cae de pronto heroína con jeringa integrada… en un día anaranjado.
Cautivaron en las sesiones en vivo de Abbey Road de 2008, se apoderaron de festivales como Reading, consolidaron dos álbumes (en particular los 40 minutos del Oracular Spectacular fueron suficientes para que el NME lo considerara el mejor disco de 2008) y, de ahí en adelante, no han frenado.
Ahora, aquellos que empezaron su aventura imaginando ser rockstars vienen al Palacio de los Deportes, el próximo 11 de abril, con su decálogo de decadencia bajo el brazo.
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