Si es de noche, si está uno a solas, si no hay luces innecesarias, si acaso acompaña una vela y un racimo de uvas; si no hay ruido, si no hay pensamientos enredados, si hay charla interna y si brotan deseos de música templada… Agnes Obel es la opción.
Garante de las notas más señoriales de Dinamarca y apenas debutante con su álbum Philharmonics, Obel es una rubia de 31 años cuya belleza en la composición y austeridad en la producción llegan pronto a las entrañas. La delicadeza es absoluta, entre piano y cello, entre aire y silencio. Artesanía musical.
Tras la publicación del disco, los elogios llegaron pronto, especialmente de países nórdicos y culturas muy distintas a la nuestra, pero vivimos en la época en que todos todo retumba pronto si alguien lanza al espacio un tweet. Un teclazo puede ser tan poderoso hoy que una expedición con 500 naves y 100,000 hombres hace siglos.
Así pues, en esta época de reflexiones y recomendaciones inusuales, hay que revisar el naciente legado de Agnes Obel, quien en algún momento penetró a la audiencia norteamericana a través de la musicalización de un collage de imágenes de llanto en la serie Grey’s Anatomy. El corte que sirvió para ello fue «Riverside», no necesariamente la composición más sublime de Philharmonics.
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