
En 2014, Eric Mouquet sintetizó ante el diario chileno La Tercera la receta detrás de la carrera de su proyecto Deep Forest: “Al mezclar cánticos tradicionales con música actual, hacemos que mucha gente los conozca y acceda a ellos. Si le presentamos la música étnica a las nuevas generaciones en estado puro, probablemente se aburran en un par de minutos. Pero si la combinamos con bases electrónicas, centramos la atención en la emotividad de la voz».
En 1992 aquella ocurrencia funcionó y occidente quedó embelesado: su hit inaugural “Sweet Lullaby” se embolsó elogios y preguntas de “Qué demonios es eso” a partes iguales. La world music había aterrizado. El hechizo emanó del contraste. Se trató de una alfombra electrónica embriagante y sobre esta una voz suave que suena antigua, íntima, atemporal, una voz no pigmea de las tribus de la África Central, como en su tiempo muchos asumieron, sino un canto Baegu de las Islas Salomón: la nana “Rorogwela”, interpretada por una mujer llamada Afunakwa, registrada en 1970 por el etnomusicólogo Hugo Zemp como parte de un trabajo documental y publicada en algunas colecciones vinculadas a la UNESCO.
“El sampleo era una herramienta poderosa en aquellos años para mezclarse con sonidos ‘naturales’. Nunca tuve intención de dar ningún tipo de mensaje particular sobre la ‘civilización humana’ con mi música, aunque auténticamente creo que la música tiene un enorme poder de evocación”, argumentó Mouquet.
La erupción se dio cuando Zemp, eterno defensor de la documentación rigurosa y del respeto a los intérpretes tradicionales, fue alertado. Alguien le deslizó en la oreja que su grabación de “Rorogwela” había sido remezclada, bautizada como “Sweet Lullaby” y aprovechada en un comercial. Fiel a su estilo sabueso, revisó a fondo y concluyó que ni la UNESCO ni el sello francés Auvidis habían otorgado una autorización clara a Céline Music para el sampleo. Tampoco se documentó evidencia de que alguien alrededor del proyecto musical hubiese contactado a los cercanos a Afunakwa para pactar las respectivas regalías. Aunque no se sabe la fecha exacta, ella habría fallecido antes de que “Sweet Lullaby” se convirtiera en hit.
“Hay quien ha dicho… ‘No, no tienes derecho a hacer eso, agregar sintetizadores a nuestra música». Yo sencillamente digo ‘¿Por qué? ¿Por qué no puedo hacer eso? Dame una buena razón’. Y, por supuesto, no tienen una buena razón”, alegó Eric en 1995 para defenderse de las acusaciones de apropiación cultural para propósitos comerciales, según se consignó un año después en Yearbook for Traditional Music, Vol. 28, de Steven Feld.
Afunakwa murió sin saber que aquel bello e hipnótico arrullo para serenar a un pequeño, pidiéndole que duerma sin miedo y confiando en que la noche lo protegerá, cruzaría océanos en la última década del siglo. Su voz, mágica y tierna, llegó a todos los lugares, pero no al sitio donde se reparten la gloria, el tiempo y el pago. El mundo la escuchó, pero nunca la llamó por su nombre.
“Sasi sasi ae taro taro amu, ko agi agi boroi tika oli oe lau, tika gwao oe lau koro inomaena, I dai tabesau I tebetai nau mouri…”
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