
“El ataúd del cantante de treinta y siete años, cubierto con quinientos iris azules y un solo lirio amarillo, que hace referencia a su hija (Tiger Lily), se colocó en la nave de la catedral mientras familiares y amigos leían elogios a la estrella. Había un numeroso contingente del mundo del espectáculo en el servicio. Junto con los colegas de Hutchence en la banda de rock australiana INXS estaban Tom Jones, Diana Ross, Nick Cave y Kylie Minogue, una de sus exnovias”.
Así resumió la BBC el funeral de Michael Hutchence el 27 de noviembre de 1997, al interior de la Catedral de St. Andrews, en Sidney. Ahí… donde el flaco Nick Cave pidió la palabra y solicitó en algún momento que las cámaras fuesen apagadas para poder sentarse al piano e interpretar su balada “Into My Arms” en memoria de su amigo. La encomienda fue cumplida y a la par del cántico del australiano de treinta años los intestinos se retorcieron y los silencios de más de doscientos dolieron más de lo esperado.
La composición era bien conocida y sonó fresca frente a los presentes, aún abrazados a la zozobra y masticados por el desdén. Apenas en enero de ese 1997 Cave la había hecho circular en la radio inglesa como sencillo inaugural de The Boatman’s Call, su desgarradora décima obra de estudio junto a los Bad Seeds.
“Into My Arms” germinó en el contexto más improbable, mientras Nick, un adicto a la heroína de largo alcance, pasaba días y noches en una clínica de rehabilitación en la cual estaba autorizado que los pacientes asistieran a la iglesia los domingos, si es que así lo deseaban. «En los primeros días del proceso, cuando no te es posible dormir nada, te estás retirando de las drogas, te sientes muy enfermo. Tratas de extraer lo mejor de una mala situación», recordó Cave en una entrevista en 2009 con la revista Mojo.
En uno de esos domingos, el hombre que mejor ha acomodado los cabellos detrás de las orejas volvió del templo con una ondulante melodía cosquilleando su mente, la cual, apenas cruzó la puerta de la clínica, plasmó en un cuadernillo, apoyado en el colchón de su pequeña cama. La catarsis creativa del músico de los ojos esmeralda y el semblante desconfiado fue quebrantada momentáneamente por un adicto lleno de moretones en la piel que irrumpió rociando el espacio con desodorante en spray. Intrigado, el intruso preguntó a Nick qué era eso que escribía, a lo que éste respondió que se trataba de una simple canción.
Los remolinos internos que estrujaron al australiano emanaron de sus tormentos amorosos y especialmente de su ruptura con la británica PJ Harvey, episodio que el cantautor incluyó en su blog titulado The Red Hand Files: “Recuerdo que estaba sentado en el suelo de mi flat en Notting Hill y que el sol se colaba por la ventana (o no, yo qué sé), sintiéndome bien, disfrutando porque tenía por novia a una preciosa cantante, joven y talentosa, cuando de pronto sonó el teléfono. Era ella y me dijo… ‘Quiero terminar contigo’”.
Así que “Into My Arms” contenía mucha desazón, mucha ruina y pérdida, mucho de eso que se necesita para llorarle a una musa que se ha esfumado o a un amigo que se ha ido.
“And I don’t believe in the existence of angels, but looking at you I wonder if that’s true, but if I did, I would summon them together and ask them to watch over you…”
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