
A los metaleros la guitarra jamás les ha servido de escudo. Y aún sabiendo que un escenario de rock pesado es tierra peligrosa, James Hetfield se aproximó demasiado a los límites en el Estadio Olímpico de Montreal. Sonaba «Fade to Black» en directo. Agosto de 1992.
«Estamos tocando y veo todas estas flamas incandescentes de colores saliendo del suelo», recordaba James en VH1. «Camino, retrocedo, el técnico encargado de la pirotecnia no ve que he dado un paso atrás y un flamazo sale justo debajo mío».
Visto desde lejos, el hecho se asemeja a la transformación espectacular de un humano en superhéroe. A centímetros, la escena es terrorífica a 2,500 grados centígrados. «Estoy quemándome, todo mi brazo chamuscado, mi mano reduciéndose a simple hueso. Un lado de mi cara, adiós a mi cabello y a una parte de mi espalda. Mi piel está burbujeando».
Una nota de la balada resuena estancada; así es el paro cardíaco de una guitarra. Jason Newsted, Lars Ulrich y Kirk Hammett quedan petrificados. Un integrante del staff de Metallica irrumpe sobre la tarima y cubre con una toalla mojada al cantante convertido en una antorcha.
«Fade to Black», habrá pensado literalmente Hetfield sobre este mal cálculo que casi lo mata frente a 50,000 canadienses. El desolador título de la balada que el cuarteto había compuesto ocho años antes, inspirados en otro suceso anubarrado que se dio el 14 de enero de 1984, mientras giraban por la Costa Este de Estados Unidos: una pandilla de ladrones aprovechó la siesta del grupo en una noche helada en Nueva Jersey para extraer de su furgoneta la batería de Ulrich, el cabezal Marshall de Hammett y el altavoz y el cabezal de Hetfield. Para una banda de chicos rabiosos e inmaduros que entonces invertían cada dólar ganado en su siguiente disco (Ride the Lightning), aquel hurto representó el infierno.
«Canciones como ‘Fade to Black’ o ‘The Unforgiven’ son piezas que para mí se transforman constantemente. Cuando escribí ‘Fade to Black’, sentí un desprecio verdadero hacia la vida. Éramos muy jóvenes y nuestro equipo acababa de ser robado, fue algo que nos llevó a creer que no podríamos vivir nuestro sueño, que no llegaríamos a Europa como banda. Y luego, obviamente, cuando Cliff Burton (bajista del grupo) muere, la canción adquiere otra connotación», mencionó James en 2018.
Así que en las puestas en escena de Metallica, siempre abundantes en torbellinos y relámpagos, «Fade to Black» ofrece siete minutos de tregua para acreditar la desazón por lo que se ha perdido y los que se han ido, aunque en años recientes su mismo creador ha permitido que haya avistamientos de esperanza asociados a una canción en la que solo se hablaba de acabar con todo.
«Hace un tiempo, mientras tocábamos ‘Fade to Black’ en directo, vi a alguien en la multitud sollozando. Era una niña con cabello largo y oscuro, no paraba de llorar. Yo tenía conmigo mi guitarra acústica, pero deseaba ir allá o darle un abrazo con la mente o algo así. O simplemente guiñarle un ojo para decirle… ‘Todo va a estar bien’».
Palabras de un grandulón que sintió la muerte en forma de fuego, separándole la carne de los huesos y los gritos de la boca. Permitiéndole vivir en un hospital en Montreal para que jamás volviese a añorar morir.
“Things not what they used to be, missing one inside of me, deathly loss, this can’t be real, I cannot stand this hell I feel. Emptiness is filling me… to the point of agony…”
Opina en Radiolaria