La historia detrás de las más grandes canciones

Charles Aznavour y vivir cincuenta y cuatro años más

Como le sucede a muchos otros, a los cuarenta años Charles Aznavour fue devorado por la sugestión. La llegada de la cuarta década y uno que otro achaque físico fueron motivo suficiente para que el galo sintiese que entraba en la recta final de un gran sendero y que debía pensar más en escribir su biografía que en seguir debutando en aventuras que implicasen riesgos cardiovasculares. Ya después, vivió cincuenta y cuatro años más para concluir que su anticipación había sido, técnicamente, una ridiculez.

Charles gozó y sufrió medio siglo más para demostrarse, involuntariamente, el tantísimo tiempo que había retacado su cabeza de angustias estériles, creyendo que el destino le alcanzaría a la mañana siguiente. Soberana mentira. Aznavour se miró en el espejo, vivo y rezongón, miles de noches más.

Pero en aquel 1964, cuando fue atosigado por esa presión invisible, el parisino de cuna armenia y gesto de hombre vapuleado aprovechó su pasión por las palabras y compuso «Hier encore», con todos los sesgos y avatares de la edad en la que la última juventud y la primera vejez se miran fijamente de una orilla a la otra, antes de jalonear al pobre hombre en medio de ambas.

Políglota y socarrón incombustible, Aznavour le cantó en ese tema de seda a los amores que se diluyeron más pronto que tarde, a los amigos entrañables que se perdieron para siempre, a las sonrisas que se hicieron piedras, a las lágrimas que se congelaron y a la edad dorada de los veinte años en que la osadía hace que uno juegue a la vida, pase las noches en vela y enfrente al amor sin protecciones ni temores. La edad que traza un vigor insuperable, una dicha irrepetible y un ritmo desenfrenado. ¿Qué es la nostalgia si no la necedad de la mente de querer acampar en bosques que el tiempo taló y chapotear en estanques que se extinguieron sabrá Dios cuándo?

Y para esa terquedad, una voz, la de un francés fuera del molde, un expedicionario del pasado que le temía al destino… invocando sin razón al futuro.

La lírica de «Hier encore» le vino al calce a una tropa de artistas como Andy Williams, Shirley Bassey, Dusty Springfield, Amanda Lear, Willie Nelson y muchos otros que ofrendaron interpretaciones propias del corte cuya versión en inglés, llevada a la cúspide en 1969 por Roy Clark, se tituló «Yesterday, When I Was Young». No fue la traducción literal, pero sí una propicia.

Así como fue impreciso al creer que los cuarenta serían el comienzo del fin, el hombre que afrancesó las pasiones volvió a fallar en la estimación del tiempo cuando cumplió noventa. Ahí declaró, a modo de promesa, que se retiraría de la música al festejar cien años. Dios ignoró el osado pronóstico y Aznavour, con esa inconfundible escofina vocal, murió en el intento.

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