
Reg Presley, vocalista de The Troggs a quien su verdadero nombre (Reginald Ball) le parecía tan insulso como sus labores de albañilería, trabajaba en el techo de un edificio cuando a pocos metros de distancia las guitarras percudidas de «Wild Thing» despedazaron la serenidad del momento. «Un pintor estaba en un andamio detrás mío cuando ‘Wild Thing’ empezó a sonar en su pequeño radio de transistores. De inmediato, sin saber quién era yo, me pegó un grito: ‘¡Si esa canción no llega al número uno la próxima semana, me tragaré esta brocha!’. Al terminar el tema, el DJ de la estación informó… ‘Esta semana la canción pasó del lugar 44 al sitio 8…’ y yo pensé… ‘Este cabrón puede tener razón’. Tiré mi paleta, miré alrededor del galpón y dije… ‘Tomen mis herramientas, yo me voy de aquí’», contó el hombre que se robó el apellido en busca de atajos y fama facilona.
Escuchar su voz en la radio en aquel 1966 y atestiguar cómo su versión de «Wild Thing» se acercaba a la cima del chart convenció a Reg de dedicarse en cuerpo y alma a su banda The Troggs. Poco importó ser los menos favorecidos de su manejador, Larry Page, quien le apostaba casi todo a The Kinks. Reg y sus secuaces atacaron sin complejo, animados por el impacto radiofónico de esa primera munición de rock sucio y llena de testosterona que no escribieron ellos, pero que hicieron rugir como nadie más.
La autoría es de Chip Taylor, hermano del actor Jon Voight y quien en 1965 pertenecía a un staff de compositores que recibían encargos de la misma forma en que los hambrientos ordenan unas patatas. Una tarde, Taylor recibió la llamada del ejecutivo de A&R, Gerry Granahan, quien le pidió crear un corte en las próximas veinticuatro horas para la banda estadounidense The Wild Ones. La prisa hizo que Chip creara una maqueta exprés, sin preciosismos y muy emotiva, pero el grupo neoyorquino mostró lo lejos que estaba de su mote y el proyecto naufragó. Los Troggs convirtieron el fracaso ajeno en combustible y labraron una versión indolente, áspera y descarada -con un insólito solo de ocarina- en la cual pareciera que Presley flirtea en una taberna, tarro en mano, con una chica comprometida. Un adorable buscabroncas, un albañil a punto de robarse a la nena con poesía deslavada, un sinvergüenza a nada de volverse dios del rock.
Un año después de que esta proclama de salvajismo llegara al primer lugar en Estados Unidos y al segundo en Inglaterra, Jimi Hendrix dejó perplejos a cerca de 200,000 admiradores en el Monterey Pop Festival al finalizar su interpretación de «Wild Thing» arrodillado en el escenario e incinerando su Fender Stratocaster como esperando a que algún demonio emergiera en medio de las llamas y lo abdujera. Chip Taylor elogió aquella memorable versión de Jimi, pero a su parecer, ninguna igualó a la de la banda de Reg Presley.
«Creo que fueron los Troggs quienes capturaron realmente la esencia de la canción. Por supuesto, me encantó lo que hizo Hendrix, la llevó un paso más allá con este rasgueo increíble y asombroso. La versión del Senador Bobby fue divertida. Incluso pensé que la de Sam Kinison era sensacional y energética. Me gustó también las que hicieron Prince y Warren Zevon. Ha sido genial observar cómo a lo largo de los años la gente la ha llevado por caminos muy distintos».
Seis décadas y cientos de reinterpretaciones después sirvieron para demostrar que Reginald Ball, el albañil de Hampshire, no se había equivocado al abandonar la brocha, el concreto y ese apellido aburrido. «Wild Thing» lo dotó de fama, le hizo inaugurar una seguidilla de hits junto a The Troggs y, por si fuera poco, lo llevó a la mismísima recámara de una rubia adolescente que volvería loco a medio planeta en los años 80. Michelle Pfeiffer pegó un poster gigante de Reg en la pared junto a su cama.
Él fue, por muchas noches, el último vistazo de Michelle antes de apagar la luz.
«Wild thing, I think I love you, but I wanna know for sure, come on, hold me tight! I love you…«
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