Frank Sinatra y las dos adicciones de Nelson Riddle

El 12 de enero de 1956, Frank Sinatra grabó «I’ve Got You Under my Skin» en los estudios Capitol Melrose con cuarenta años, la edad el mojo total en la cual confluyen juventud, experiencia y algo de prisa.

El crooner de Nueva Jersey pensaba tomarse un receso ese mes, luego de dejar lista una docena de cortes de su nuevo larga duración, Songs for Swingin’ Lovers!, pero en plena madrugada del día 11 recibió una llamada del productor Voyle Gilmore para pasarle un recadito: el vicepresidente de Capitol, Alan Livingston, quería que la placa a estrenar en aquel año escapara a cualquier medianía y rompiera la historia. Resumen: debía grabar tres piezas más.

La modorra, inconformidad y disgusto de Frank no sumaron más que su inquebrantable disciplina, y en minutos encadenó las llamadas necesarias a horas en las que solo se divierten las lechuzas y los mapaches. Primero interrumpió el sueño de su arreglista Nelson Riddle para compartirle la encomienda de Gilmore, sin dejar de darle el apremiante deadline que tenía frente a sí, uno digno de becario recién contratado por Goldman Sachs: cinco horas para componer tres canciones. Con el fin de evitar un desmayo en su interlocutor, Sinatra le informó que la tarea podía cumplirse con temas nuevos o versiones retrabajadas de algunos clásicos. Entre lagañas, Riddle asumió el desafío, debiendo explicarle todo a su esposa Doreen, quien entonces ya le tachaba de ser un adicto a la música, al sexo y a nada más que ello.

«It Happened in Monterey» y «Swingin’ Down the Lane» fueron las primeras adiciones, pero para la tercera, Nelson se tomó un poco más. Veinte años después de ser compuesta por Cole Porter, la fastuosa «I’ve Got You Under my Skin» entró de lleno al universo Sinatra, acontecimiento para el cual el astro de Hoboken exigió rebasar los estándares de cualquier reversión. «Quiero un largo crescendo«, dijo Frank entre otras demandas con la convicción de un mafioso que no contempla medias tintas.

«No creo que él fuese consciente de la forma en que iba a conseguir ese crescendo, pero pretendía un interludio instrumental emocionante que llevara a la orquesta hacia arriba para luego él rematar con su voz», confesó Riddle años después.

Esa intensificación orquestal hizo que irremediablemente el arreglista evocara el celebérrimo «Boléro», una de las composiciones de Maurice Ravel que adoró desde niño. El resultado se traduce en cincuenta segundos memorables tras los cuales Sinatra irrumpe y rubrica la pieza entonando un trueno vocal: «Don’t you know, little cool, you never can win. Why not use your mentality, step up, wake up to reality«

Aquella histórica encerrona, afirmaron quienes estuvieron en los estudios de Melrose, incluyó un solo de trombón épico a cargo de Milt Bernhart y culminó con un estruendoso aplauso de los integrantes de la orquesta para Nelson, al tiempo que Frank exclamaba: «¡La hora más brillante de Nelson Riddle!»

Con ciento cincuenta dólares en el bolsillo, Nelson enfiló a casa. Apareció en la alcoba exhausto, sonriendo frente su esposa y con ningún otro deseo que hundir la mejilla en la almohada, complacido y satisfecho por haber arreglado una gema con un crescendo de cincuenta segundos y una explosión memorables que tiempo después explicaría combinando las dos adicciones que le colgó su amada Doreen: «Es arrebatadora esa lenta adición de presión; eso es sexo en una pieza de música».

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