De ciencia ficción

1b9cb9ec-13b6-41b6-b4b2-0c249c8bdb14.jpgEl bienamado Jimi murió muy pronto y sin dejar alguna grabación con aclaraciones y explicaciones contundentes acerca de la verdadera inspiración detrás de «Purple Haze», una de las colosales maravillas hendrixianas.

Es fácil apostar a la versión que apunta sencillamente al LSD, droga recreativa  capital en la transformación del pensamiento y la cultura de mediados de los años 60. Inmerso en los efectos del ácido que básicamente deshace las fronteras entre las áreas del cerebro, el geniecillo de Seattle se había quedado dormido y en sus sueños se encontraba de pronto caminando en las profundidades del mar y rodeado por una neblina color púrpura que proyectaba una maraña de visiones imposibles de hallar en este mundo. Aseveró, tiempo después, que todo sucedió luego de leer una de esas enajenantes novelas de ciencia ficción que tanto le gustaban.

La otra versión señala que el guitarrista zurdo mamó la ubre de un extrañísimo episodio al interior de una cafetería, donde una de las meseras suministró un poco de LSD en el café de un comensal con quien se había encaprichado meses atrás. Tenía como propósito llevarlo a su apartamento y mantenerlo cautivo tanto como fuese posible. Atraído por la anécdota, Jimi se había inclinado por plantear todo desde la posición del desdichado cliente («Help me, help me, oh no, no…»)

El legendario riff de «Purple Haze» salió de sus improvisaciones mientras jugueteaba con su Fender Telecaster en el camerino del club Upper Cut de Londres, a finales de diciembre de 1966. Fue el productor y exbajista de The Animals, Chas Chandler, el curiosito que paró oreja y quedó boquiabierto con el embrión musical, lanzando al instante una orden disfrazada de propuesta: «¡Escribe el resto, será el próximo sencillo!»

Alentado por la porra, el moreno se apresuró a verter ideas y acabó redactando cerros de letras suficientes para llenar un álbum doble y mucho más. Coordinado con el ingeniero Eddie Kramer, Chandler maleó tales insumos, dio rienda suelta a cuanto efecto se sacaran de la bolsa los involucrados y al paso de unas horas concretó un demo de tres minutos de gloria pura. La química entre ellos fue total. La red de solidaridad engendró un himno psicodélico de dimensiones planetarias. Solamente un chiflado podría poner en duda su calado.

«Oh, deberían escuchar la verdadera ‘Purple Haze’. Tiene como diez versos, pero pasa por distintos cambios. Es decir, no es simplemente ‘Purple haze, all my…‘, ya sabes, bla, bla, bla», afirmó Jimi, quien, pese a su pericia y capacidad con manos y dedos, padecía una inseguridad monstruosa al creer que no tenía madera de cantante.

«Aborrecía cómo sonaba. Pensaba que tenía la peor voz del mundo», recordó Kramer. «Se sentía entonces tan apenado que tuve que construir unos biombos de tres lados que obstruían la vista de tal modo que nadie en el cuarto de control viera lo que él estaba haciendo.»

El resultado de tanta cosa se cristalizó en marzo de 1967 con la publicación de «Purple Haze» como sencillo oficial de la banda The Jimi Hendrix Experience y como motivación para que chicos de una, dos, tres y tantas generaciones más se acerquen al espejo a simular que revientan paredes con su guitarra invisible.

No hay mejor forma de venerar a una gema de la ciencia ficción que esa.

«Purple haze all in my eyes, don’t know if it’s day or night, you got me blowin’, blowin’ my mind, is it tomorrow or just the end of time?»

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