Gritar a los cuatro vientos

«Once I had a secret love that lived within the heart of me, all too soon my secret love… became impatient to be free…»

Las primerísimas líneas del «Secret Love» que encumbró en 1953 a Doris Day como cantante dejan todo clarito. Refiere a un romance que por estar escondido desespera. Un amor intenso y brioso, pero atado y sumergido en los silencios. Limitado, atrincherado, encadenado.

«Cuando la escuché por primera vez, casi me caigo», decía la nativa de Cincinnati al repasar la ocasión en que Sammy Fain le mostró la maqueta de la pieza que había compuesto junto al letrista Paul Francis Webster. Y que le ablandó los huesos.

Con su voz inmaculada, cálida y libre de moscones, la rubia de mirada de algodón llegó al estudio de grabación en Burbank montada en su bicicleta, muy chapeteada y sonriente, sabedora de que tendría frente a sí minutos de oro que podrían hacer de su carrera un antes y un después. Y así, con un par de ensayos a solas en casa y sin darle tanta vuelta al asunto, registró las vocales en una sola toma, acoplada a una majestuosa orquesta en vivo. A su vera quedó conmocionado Ray Heindorf, el director musical del ensamble, con una sonrisa que le alcanzaba las dos orejas. Después la diva con más solera de la época trepó en su engrasadita amiga dos ruedas, empuñó el manubrio y dijo adiós muy mona, valiéndole un pepino si alguien necesitaba una segunda toma (no se requirió). Según se aclara en las notas de la compilación A Day at the Movies, su estadía en el lugar fue de 15 minutos, tiempo insuficiente para cualquier mortal que se somete a un examen. Pero Doris escapaba a los relojes de este mundo.

La resulta de aquel cónclave de agosto de 1953 fue del tamaño de la osadía. «Secret Love» fue publicada poco antes del estreno de Calamity Jane, filme para el cual había sido concebida, y tardó poco en encallar en lo más alto del Billboard a finales de año, permaneciendo ahí cuatro semanas y adjudicándose una nominación al Óscar. Si bien sus efectos almibarados se sintieron todavía en la fría noche de marzo en que se llevó a cabo la vigesimosexta edición de los máximos galardones de la cinematografía estadounidense, 43 millones de televidentes quedaron extrañados por el hecho de que la diva jamás atravesó la puerta del RKO Pantages Theatre de Hollywood para interpretar la pieza que justamente ganaría la estatuilla por Mejor Canción Original.

«Cuando me solicitaron cantar ‘Secret Love’ en la noche de los Premios de la Academia, les aclaré que no podría hacerlo, no frente a esas personas», señaló en su momento la también actriz, vapuleada por la crítica y allegados a la industria tras su desaire.

Day se hundió en depresión y pasó varias semanas en su casa, lejos del mundo guerrero que sólo sabe empuñar lanzas y tirar mordidas.

Al tiempo, las letras que dieron vértebras a la canción fueron clave para considerarla uno de los grandes himnos de la comunidad gay. Y si hay dudas, queda la masiva y oceánica reacción online, repartida en mensajes de 140 -mejor dicho 280- caracteres, a la muerte de Doris en mayo de 2019. Olas y olas de lamento por la pérdida de la pintoresca rubia que a mediados del siglo pasado se atrevió a canturrear a un amor apasionado y ávido de derribar puertas y gritar a los cuatro vientos todo eso.

Todo eso que algunos catrines de la gala de marzo de 1954 comprendían al sentir, pero rechazaban al hablar.

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