El Billboard del tubo

alice.jpgHay un viejo mito de tugurio. Y con seguridad es sólo eso: un mito que se pierde en las más absurdas aguas de la irrealidad. Pero desde que salió de boca de Alice Cooper, ¿quién se atreve a negar que es una de esas leyendas a las que les sobra sabor?

Aquí va: «Poison» es, desde 1989, el tema por antonomasia con el que encueratrices y sirenas nocturnas que bailan y se contonean, dejando huellas dactilares en un tubo cuyo reflejo desfigura los rostros, suelen concluir sus números frente a hordas de hombres alebrestados, con temperatura elevada y pantalones repentinamente apretados.

«Terminó siendo la canción número uno de las strippers. Yo no lo sabía, pero alguien me dijo en cierta ocasión… ‘¿Sabes que es la pieza con la que las chicas rematan su show? La tocan y se acaba.’ Yo nunca he estado en un club así, por lo que no podría asegurar esto», declaró entre risas el legendario representante del shock rock en una entrevista con el canal australiano Max.

Seguro Cooper no visualizó «Poison», primer sencillo de su flamante álbum Trash, pensando en las ventanillas traseras del alma o en esos tugurios de alta madrugada donde los efectos especiales salen baratísimos. Sin que proliferaran los motivos o las causas profundas, creó una canción directa para exhibir la endeblez carnal de los incautos día a día, el vulgarmente llamado «enculamiento» o esa debilidad que comienza con una mínima curva mujeril que hace salivar al hombre, sin importar si hay prendas o no en el campo de batalla. «Es una canción sexy con un mensaje sencillo: ‘Eres veneno, te amo, pero sé que acabarás conmigo.’ Todos hemos experimentado eso, siempre deseas a esa persona que sabes que no es buena para ti, pero no puedes alejarte.»

Y para consolidar la lírica con un barniz de primera línea, Alice fichó a un as probado y comprobado: el reputado productor y letrista, Desmond Child (Joan Jett, Cher, Bonnie Tyler, Bon Jovi, Kiss, Aerosmith).

«Él había hecho grandes temas, era un doctor de la canción. Lo conocí y le dije… ‘Amo lo que hiciste con Bon Jovi, con Aerosmith, todo eso…’ Le dije que buscaba algo de tal calibre, pero con un sonido más oscuro y sexy. Pasaron tres días y finalmente brotó ‘Poison’.»

La apuesta salió a pedir de boca y el resultado duplicó la expectativa. El single fue común denominador de alabanzas, alaridos en concierto y altísimas posiciones en listados tan distintos como el estadounidense, australiano, noruego, irlandés y británico, por dar unos cuantos. Tras una década de irrelevancia, Cooper estaba de regreso, montado en este clásico voluntariamente negro e involuntariamente rojo.

Ya luego llegaría la otra consolidación, la fanfarria popular pero a la vez reservada, la que incubaba el reconocimiento intramuros de los asiduos a esos clubes de encueradas, lugares que si bien siempre quedan fuera de la biografía oficial de cualquier ciudadano, jamás han matado a nadie… por más que en sus tubos de piso a techo queden marcados cientos de huellas que cualquier detective desearía encontrar.

«I wanna love you but I better not touch (don’t touch), I wanna hold you, but my senses tell me to stop, I wanna kiss you but I want it too much (too much), I wanna taste you but your lips are venomous poison…»

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