Para muchos será mitología. Para otros será uno de esos relatos que comienzan con la sentencia: «Cuenta la leyenda…» Y para los veteranos será el recuerdo de una época diferente.
Hubo un tiempo en que el amor, lleno de tinta, viajaba de ida y vuelta entre hojas de papel dobladas. Un remitente y un destinatario jugaban al ping-pong epistolar, depositando en un cartero su confianza y la certeza de que no vulneraría el sobre ensalivado donde iban resguardadas sus pasiones.
A Win Butler, el desgarbado cantante de The Arcade Fire, le tocó vivir la agonía y muerte de esa época en que la paciencia era tan necesaria como la respiración. Y para la publicación del disco que el grupo sacó en 2010, The Suburbs, el objetivo fue expresar desde la mismísima carátula su profunda melancolía por los años idos y por las décadas en que el mundo rodaba a la misma velocidad, pero las vidas eran menos vertiginosas.
«It seems strange… how we used to wait for letters to arrive, but what’s stranger still is how something so small can keep you alive…», canta Butler en «We Used To Wait», uno de los sencillos y capítulos esenciales de ese trabajo que encara sin tapujos a la tecnología, al correo electrónico que se libró de carteros fisgones y a las relaciones encapsuladas en el universo binario. La desafección del líder de Arcade ante ciertas herramientas de la modernidad en pleno siglo XXI. La fijación del otrora niño hacia los amoríos que encallaban en buzones con tejadillo, hechos de madera o aluminio… al aire libre. Nada raro para Win, nacido en el norte de California, hijo de un geólogo y una aficionada al piano y al arpa, que posteriormente empezó a jugar baloncesto en New Hampshire, tomó lecciones de escritura narrativa y aprendió a leer la Biblia en diferentes idiomas.
«En los años en que estuve en la escuela tuve un romance epistolar con una chica, y eso quise reflejar en esta canción. Traté de recordar esos tiempos en que esperaba todo el verano, gran parte del año, ansioso y deseoso de que las cartas de ella llegaran», le dijo Butler al semanario NME sin especificar el nombre de su «Julieta».
«Iba frecuentemente a la oficina postal, me daba cuenta de que nada había llegado y regresaba a casa. Todo mi día se consumía así, esperando, me quemaba este sentimiento. No es que hoy me comporte como un abuelo, pero es una de esas cosas que me gustaría contarle a mis nietos», afirmó en esa entrevista el hombre que años después se olvidó de esta chica y conoció en Montreal a su actual esposa y compañera en la banda: Régine Chassagne.
Los recuerdos del espigado vocalista bien podrían trasladarse a las vivencias de casi cualquier individuo de su generación que mete reversa y permite a la mente retroceder tantos veranos como sea posible. Allá encuentra otra clase de días soleados, una tierra con la misma esencia y diferente cara, un trozo de existencia que se perdió de tal forma que, paradójicamente, se puede recordar por siempre.
¿Dónde quedó la época en que las ansias eran aplastadas por la espera?, ¿dónde quedaron los amores hechos a mano? Preguntas encerradas en el single con el que The Arcade Fire puso la nostalgia al servicio del rock, sin dejar, para desgracia de Butler y sus secuaces, una huella muy profunda: apenas el sitio 75 en el siempre importante chart de Reino Unido.
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